“No abras los labios si no estás seguro de lo que vas a decir, es más hermoso el silencio”. (Proverbio Árabe)
Probablemente si antes de preguntar, nos detuviéramos a pensar, preguntaríamos mucho menos y serían preguntas más pertinentes y profundas. No sería un preguntar por preguntar, ejercicio que tiene muchos seguidores, sino un preguntar que apuntaría a lo esencial y no a lo vano.
Preguntar, preguntarse, dejarse preguntar, es algo inherente al ser humano. Nos preguntamos a nosotros mismos, al otro, a las circunstancias, nos preguntamos por el sentido de la vida, de la muerte, del dolor,… Pero ¿dónde y cuándo emergen las preguntas? ¿Cualquier lugar o situación es apropiada para que la pregunta que brota de mis labios, de mi mente, sea fruto de la libertad, de la reflexión, del amor?
“Pero no sabes tú que la razón tan sólo sirve para aupar la duda…” (Alfredo Rubio)
Este fragmento de un poema, nos presenta a una razón endiosada, encerrada en el castillo de la soberbia. Es la razón ilustrada, propia de la Modernidad, una razón autónoma que se erigía como único criterio del ser y de la verdad. Con el desencanto de las grandes utopías modernas, se ha abierto un nuevo horizonte llamado, por el momento, Postmodernidad y, en él, la razón no está ya en el pedestal en que se había o la habían encumbrado. Es el tiempo de una razón más humilde y, por ello, más cercana también a la verdad. Es una razón que sabe que no tiene respuestas para todos los interrogantes. Es una razón que, precisamente por esto, por aceptar el misterio, se va transformando en sabiduría.
De esta razón más humilde, más sabia, es de donde pueden surgir las preguntas que nos pueden llevar hacia una hondura de vida y de relación.
“Escucha el silencio y serás sabio.” (Proverbio chino)
Entrar en el silencio, entrar en la soledad, en el encuentro con tu mismidad, es adentrarse en unos parajes donde la libertad en comunión con la razón posibilitan ver con mayor lucidez la realidad.
Espacio y tiempo para detenerse, aquietarse, serenarse,… pensar, contemplar. De estos espacios y tiempos, aparentemente vacíos, perdidos, improductivos, invendibles, poco marqueteros y nada fashion, es donde el ser puede hacer procesos de maduración que le permitan preguntarse, preguntar y dejarse preguntar desde la humildad. Desde ese sentirse algo muy, muy pequeño y que, sin embargo, existe, ¡existo!, de ahí, de esa primigenia constatación, mi ser se abre a los grandes interrogantes sabiendo que no siempre voy a obtener la respuesta. Y esa no-respuesta no me ha de llevar a la angustia, sino a la pacífica y alegre aceptación de mi límite.
“Procura ser tan discreto que no apures los pensamientos ajenos, ni quieras saber más de nadie que aquello que quisiere decirte”. (Cervantes)
Si en esos espacios de soledad y silencio personal hemos dejado aflorar nuestros interrogantes, también nos han preparado, de algún modo, para que la pregunta al otro, surja desde el respeto a su libertad y desde el no juzgar. ¿Cuántas veces preguntamos cosas que no corresponden y en el lugar y momento menos apropiados?
La virtud de la discreción ayuda al discernimiento para saber cuándo, cómo y dónde es prudente preguntar. En el sentido más clásico de la palabra, la discreción es la “sensatez para formar juicio y tacto para hablar u obrar”. No todo momento ni cualquier lugar es apropiado para preguntar al amigo, al compañero, a la esposa, al hijo… No da lo mismo. Un lugar lleno de bullicio, con voces altisonantes, música con los decibeles pasados de rosca, etc. no es lo más apropiado para cierto tipo de preguntas. Si a eso le añadimos, el estar más pendientes del reloj que de la persona que tenemos al frente, peor aún. Es probable que de esa situación surjan más las preguntas inquisidoras y las respuestas huidizas.
No es superfluo buscar espacios y tiempos apropiados para el encuentro amical o familiar o de cualquier otro tipo. Un lugar bello, un espacio que desprenda paz, serenidad, sencillez,… y un tiempo generoso para el estar y el compartir pueden marcar la diferencia en cómo se plantean las preguntas y en cómo se entregan las respuestas.
“La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos transcurre amenamente”. (Erasmo de Rotterdam)
No nos preocupemos, ni nos asustemos cuando en vez de surgir preguntas o anhelar respuestas, estemos simplemente en silencio el uno al lado del otro. Es una hermosa constatación de que finalmente el otro siempre será un misterio para mi, yo también seguiré siendo un misterio para mi misma, para mi mismo, no temamos asumir que el misterio forma parte de la vida y que ante él, sólo cabe el silencio. No siempre la palabra va a ser capaz de emitir la pregunta apropiada ni de dar la respuesta acertada.
“Preguntar” viene del latín vulgar praecunctare, alteración del latín clásico percontari. En forma originaria, percontari, es un derivado de contus, vara o pértiga que sirve para medir la profundidad del mar cuando una embarcación se acerca a la costa.
En la vida siempre andamos con esa vara o pértiga indagando, buscando, inquiriendo, queremos saber a qué profundidad estamos para no quedar varados si nos acercamos demasiado a la orilla. Quizás la tentación es precisamente querer quedar lo más cerca posible de la orilla, buscando seguridades. Aunque, finalmente, la última orilla, a la cual todos llegaremos algún día, para esa, no se necesita pértiga.
Lourdes Flavià
1 comentario
Gracias.
Fue un agrado leerte.
Y justo en Miércoles de ceniza, cuando el Señor se va al desierto.