En el marco de la Murtra Santa María del Silencio, del 1 al 4 de mayo, se desarrolló el retiro “De Jericó a Jerusalén”. Los contenidos fueron entregados por el P. Jordi Cussó, director de la Universitas Albertiana (Barcelona). El eje temático giró en torno a la compasión o amor misericordioso y se estructuró de la siguiente manera:
- Presencia de Dios
- Samaritano misericordioso
- Bartimeo: cambiar la mirada
- Zaqueo: humildearse
- Parábola de las minas: siervo inútil
- Betania: pórtico de la Pascua
- Jerusalén: de la muerte a la vida
Hubo tiempos destinados a la soledad y el silencio personal, así como al diálogo grupal y una convivencia fraterna.
Algunas de las preguntas que se plantearon: ¿cómo y de qué llenamos nuestra vida interior?, ¿cuáles son las metáforas de cada uno para intentar explicar la presencia de Dios en su lenguaje cotidiano, en su realidad, idiosincrasia…?, ¿cuáles son nuestros nombres?, ¿cuántos nombres reconocemos en nuestra vida, además de los que nos dieron nuestros padres? Cada uno, qué nombre encuentra en su corazón y en su vida. ¿Cuáles son los signos de la presencia de Dios, signos del amor incondicional? El amor incondicional siempre es una huella de la presencia de Dios. Se tiene que notar en mi vida, en mi ser, en mi persona que hay un amor incondicional. Por encima de cualquier circunstancia siempre expresaré ese amor incondicional hacia ti y ojalá hacia todo ser humano.
La espiritualidad es para encontrarse con Dios y después llevar esa presencia de Dios al mundo. La acción transformadora del mundo es la otra cara de la espiritualidad. A veces hemos vivido una espiritualidad muy desencarnada que se concreta en nuestra oración y en los sacramentos. Y a veces hemos vivido una espiritualidad muy encarnada, de mucha acción y nos hemos olvidado de la contemplación. Hay que buscar la armonía de estas dos dimensiones en nuestra vida.
La presencia de Dios puede realizarse en la contemplación y a través de la práctica del amor. La prueba de que hay verdadera contemplación es la práctica del amor. Un amor que se hace obra, no un amor teórico. Responder con amor en la vida y con un amor incondicional, es signo de la presencia de Dios en medio de nosotros.
Cuando bajes de tu contemplación, siéntete afectado por tu hermano. Y cuando te sientas afectado por tu hermano, te detendrás y tendrás que apearte de tus cosas, de tus proyectos, tendrás que detenerte y tendrás que actuar. El amor es más que un sentimiento. El amor es actuar, servir, entregar, dar la vida… el amor no es un sentimiento, o una idea o un concepto, el amor se hace servicio, se hace acción.
Cuando vivimos los acontecimientos de la vida desde la presencia de Dios, tomando conciencia de la presencia de Dios, esto es la dimensión mística de la vida. Pensamos que estamos en presencia de Dios cuando estamos en la Eucaristía y que el resto del día, cuando estamos trabajando, no estamos en presencia de Dios. Siempre estamos en presencia de Dios. Y tener conciencia de que siempre estamos en presencia de Dios es lo que nos permite dar una respuesta ante esa presencia. El amor a Dios y el amor a los demás es el camino de la vida. Siempre estamos amando a Dios y siempre estamos amando a los demás… por acción o por omisión, siempre estamos en ese itinerario. Y este es el camino que recorremos en nuestra vida cotidiana. Una vida a la que muchas veces no le prestamos atención, andamos profundamente distraídos y no le damos la atención ni la profundidad que se merece. A veces la vida nos resulta pesada, molesta, insatisfactoria, demasiadas veces rutinaria, y eso impregna nuestro camino, eso impregna nuestra manera de ser y cuando vamos por la vida así, nos pasan desapercibidas muchas cosas y sobre todo nos pasa desapercibida la presencia de Dios.
En ese camino de la vida hay que hospedar muchas cosas. Hay que ser hospitalarios, dice Jesús, y la hospitalidad es abrir tu casa. ¿Cuál es tu casa? Tu casa es abrir tu corazón y a veces hay que acoger contratiempos, sorpresas, crisis de todo tipo, no digo las cosas buenas porque las cosas buenas son muy fáciles de acoger, subrayo estas porque con estas no somos hospitalarios. Todos los recorridos que tenemos que hacer los tenemos que vivir con intensidad. Hay que intensificar esta vida, no estar estresados, que esto es otra cosa. Hay que experimentar cada encuentro, cada acontecimiento, cada situación como un signo de esa presencia de la huella de Dios. Y la huella de la presencia de Dios es el amor incondicional. ¿Cómo es que tenemos un amor tan condicionado? ¿Cómo es que ponemos tantas condiciones para amar y para que me amen?