Han transcurrido muchos soles y nueve lunas llenas desde mi estancia en la Murtra de Santa María del Silencio, suficientes para tomar conciencia de qué permanece en mí de aquella experiencia.
Permanece en mí cierta nostalgia que no corresponde tanto a un lugar ni un tiempo, sino más bien a la nostalgia de un espacio en el cual el ritmo de vida era otro, una pausa sin tiempo custodiada por la vida sencilla, la inmensidad del horizonte y la escasez de palabras.
El frío, el calor, el viento, las sombras bajo la luna y el zénit del sol eran las manillas de un no-reloj que despertaban en mi cuerpo una sabiduría olvidada sobre el ritmo del hacer y el no hacer. Un ritmo que, siguiendo la rotación de los astros y las estrellas, sigilosamente mudaba en un ser y no ser.
En el transcurso de ese no tiempo, la contemplación de la aridez del desierto tornó mi mirada en una visión; y así fue calando en mi interior el desierto, como un inmenso territorio silencioso y fértil donde todo lo humano estaba todo todavía por acontecer. La altitud, además, obligaba a cuidar el aliento: vivir comportaba prescindir de toda palabra y esfuerzo irrelevante; y ese respirar pausado predisponía a una presencia consciente y agradecida.
Durante mi estancia, en mi cuaderno escribí:
“La frugalidad del desierto en todas sus formas invade mis sentidos y me transporta a un estado de alma agraciada.”
“A salvo del ruido y de las construcciones del mundo, entre el cielo y la tierra, nace una experiencia de intimidad que reposa en el cuerpo. Es un silencio visual, una mirada silenciada, es la visión de un desierto interior anterior a la palabra dada.”
Ya de vuelta a casa, con el alma en zozobra, Zambrano vino a mi encuentro como un eco donde reencontrarme en medio del estruendo de la nada urbana:
«Para no perderse, enajenarse, en el desierto hay que encerrar dentro de sí al desierto. Hay que adentrar, interiorizar, el desierto en el alma, en la mente, en los sentidos mismos, aguzando el oído en detrimento de la vista para evitar los espejismos y escuchar las voces.»
María Zambrano. Los bienaventurados.
Olga Fajardo
Junio 2024