Del mismo modo que decimos “no hay paz si no hay justicia”, podríamos también afirmar que sin el silencio y sin la soledad libremente buscada no es posible la paz.
La paz, como ya sabemos, es una tarea, personal y colectiva. Una tarea que requiere un esfuerzo, unas herramientas, tiempo, procesos,… Las mesas de diálogo son una de esas instancias que ayudan a acercar posiciones y a avanzar en los procesos de paz. ¿Quién puede dudar de la fuerza de la palabra?
Sin embargo, hay algo que es fundamental y que está en el origen de toda palabra auténtica y verdadera: el silencio. El silencio es esa tierra fértil donde puede germinar la palabra justa, sabia, prudente, valiente, libre,… Sin el previo silencio, toda palabra es hueca. Pensemos en todas esas ocasiones en que por más que hemos hablado no nos hemos entendido. Había demasiados “ruidos” internos y, quizás también externos, que impedían una buena comunicación. En semiología, ruido es una interferencia que afecta a un proceso de comunicación. El ruido distrae de lo fundamental, aturde. Ruido viene del latín “rugitus”, que es la misma raíz de rugido, aullido, estruendo, voces disonantes y gruñentes.
Por ello, ejercitarnos en tomarnos tiempo personal de soledad y silencio es entrar en una dinámica que posibilite ver las cosas, la realidad, los asuntos, los problemas, … desde una perspectiva más lúcida. En la soledad y el silencio se aquietan las aguas del ser y lo que antes era turbio, poco a poco, se va decantando y finalmente puedes ir viendo todo con más nitidez. En el silencio se gesta y nace la palabra que acerca y une y brota una nueva actitud de mayor humildad y sabiduría.
Por otra parte, es en ese espacio de soledad y silencio donde se puede contemplar la propia conciencia. Si decimos que lo más importante, en último termino, es actuar en conciencia, ¿cómo es que no dedicamos un tiempo para descubrir sus fisuras, debilidades, zonas oscuras,…? ¿Actuamos realmente en conciencia o nos dejamos influir por los vaivenes imperantes o por intereses de diverso calibre? La conciencia es tener ciencia, tener sabiduría de nosotros mismos… la conciencia es saber de uno mismo para poder realizar el proceso de aceptación plena y pacífica de uno mismo y de los otros. Nuestra conciencia es, a la vez, microscopio y telescopio, pero hay que tenerlo limpio para poder ver bien. Así como en Holanda tienen diques para contener las mareas del mar, también nosotros hemos de saber poner diques alrededor de nuestra conciencia para que no nos invadan las mareas, la pleamar de nuestros sentimientos y pasiones.
El silencio, la soledad, no como terapia o método para huir del mundo y de sus conflictos, sino para entrar con mayor hondura en su realidad, también en la realidad personal, y esforzarse en un cambio de actitudes que nos lleven por el sendero de la pacificación con uno mismo y con los otros.
Lourdes Flavià Forcada