«Murtra querida… tan soñada y esperada en el corazón… Sólo deseaba que me sorprendiera tu silencio… pero me diste mucho más, aquello que da sentido a la soledad y la quietud… me regalaste un espacio de amor… de ese que nos hace libres para ser nosotros mismos, sin preguntas ni respuestas, sin prejuicios ni dudas… Me ensanchaste el corazón que traía medio encogido, me regalaste quietud en la noche y vida en el día… Andaba sola y nunca me dejaste sola, te hiciste un inmenso hogar donde me alegran los pajarillos y las llamitas, los ríos y las montañas, las cuevas y las grietas en las rocas… todos juntos cantarán para mí una bella sinfonía de presencia que resuena muy adentro cuando me acallo para «el encuentro»…»