Esta sociedad en la que estamos inmersos, para bien y para mal, ha convertido el ruido y la hiperactividad en el aire que respiramos y el ambiente en que nos movemos. Se considera natural, e incluso necesario, que nuestra vida sea así. Diríase que esta sociedad afirma su identidad con la algarabía y el movimiento que es capaz de producir, sustituyendo la capacidad de reflexión de los hombres y la mujeres que la forman, por estridencias y prisas que les ahorran pensar. Diríase que a nuestro alrededor cunde y se eleva una estrepitosa conjura contra el silencio y la soledad, como si de enemigos del progreso se tratara.
Siendo así, la persona puede llegar a convertir su existencia en una sistemática huída hacia el exterior, despreciando, por considerarlo un estorbo en esta ensordecedora carrera, las posibilidades de conocimiento de sí mismo y de los otros en cuanto personas; ignorando el mundo de los sentimientos y las emociones, y secuestrando lamentablemente el mundo interior en las cárceles oscuras del olvido. Sabemos mucho mejor lo que hacemos y lo que tenemos que lo que somos. En resumen, estamos inmersos, sin darnos cuenta, en una espiral deshumanizadora.
La soledad y el silencio, el silencio y la soledad, una y otro forman una unidad de posibilidades del ser, se ofrecen ante nosotros como la capacidad de descontaminarse de tantos estímulos ambientales poco humanizantes que se imponen a nuestra conciencia, para dar paso al acto de libertad que supone ponernos en el ámbito de posibilidad de atender los estímulos que germinan en el interior de cada uno. Buscar en nuestras vidas espacios para cultivar estos dos valores aparece ahora como algo absolutamente necesario si queremos crecer armónicamente como personas.
La soledad y el silencio son un viaje hacia adentro. Para entrar en nuestra interioridad, sólo hace falta apartarse del rugido exterior, apartarse física y mentalmente de tanto ruido y ajetreo innecesarios y destinar algún tiempo y lugar para hacer esta inmersión en la tarea más importante que tiene por delante todo ser humano: paladear, disfrutar del regalo de la existencia. Evitar la dispersión en la que nos perdemos para encontrar la esencia de nuestro ser personal. Descubrir los mil motivos de asombro y de gratitud que encierra la vida. Entender cómo sólo a través de este viaje, somos capaces de descubrir que la comunicación y la solidaridad con los que nos rodean es la única posibilidad de realizarnos personalmente.
Manuela Pedra Pitar, teóloga.