“Ha sido un tiempo privilegiado estar en este inmenso espacio desierto de personas, edificios, ruidos y de todo lo que llena las grandes ciudades, pero poblado de cordillera, tierra, algún que otro río y manantial de agua, pájaros, ovejas, llamas…
El tiempo se para cada día dándonos a conocer la eternidad en este mundo. Sólo el viento va y viene corriendo cada tarde para que sintamos el palpitar de la vida en lo aparentemente dormido. La paz se respira y entra en los pulmones de los seres vivos dejando descansar también a los antepasados de esta tierra. Quizás porque ellos la vivieron, nos la quisieron también dejar en legado para nuestras convivencias.
El espacio ilimitado y vasto permite descansar la mirada. El corazón se serena cuando los ojos ven lo que ven y nada más que lo que ven. Pareciera como si no hubiera futuro, sólo presente, un eterno presente porque los días son largos y generosos. Y es que la cordillera, los ríos, el viento, el sol y la luna, no tienen dueño, pertenecen a todo aquel que tenga tiempo para gozarlos.
Las palabras quedan cortas para expresar lo vivido estos días. Es tan grande el cielo y la tierra acá que hablan otros sonidos, otro lenguaje. Es mucho lo que se escucha fuera y dentro de una misma porque el paisaje invita a callar y a contemplar.
Pareciera un entorno monótono pero sólo desde lejos, desde lo alto o desde fuera. Cuando una se adentra en los valles, lagunas o salares, los colores cambian, las formaciones y texturas son otra. No sólo cambia todo lo que se ve, sino que la retina de los ojos cambia con el color de lo que se ve. La piel y los labios se impregnan de sal, de tierra o del polvo donde una está. Es como si una se configurara del lugar donde está y se hiciera tierra, polvo y sal.
La sorpresa va en aumento cuando divisas una laguna, un riachuelo o un hilito de agua en medio del pasto de las quebradas: ¡se ve el mismísimo cielo en forma líquida en medio de la inmensidad de la tierra!
Claro que ayuda a percibir y valorar el lugar y sus paisajes el estar muchos días acá, así se da tiempo a irse mimetizando con ellos. Entonces, sólo entonces, caminando durante horas y a pleno sol y viento, se descubren los ríos Loa y Salado como apariciones misteriosas e increíbles, casi milagrosas.
Cada mañana y cada tarde, aunque veía la misma película con los mismos protagonistas, los finales eran diferentes y nunca aburridos: las increíbles salidas y puestas de sol llenas de sonidos y colores. El cielo y la tierra se despiertan con un abrazo y se besan con gozo cada atardecer.
Ahora que me voy, creo que ya podré decir que he conocido otra parte del paraíso. No se cómo podré vivir de nuevo en medio del ruido urbano, quizás tenga que retornar a este paraje más tiempo ¡quién sabe!
Lo que es cierto es que lo vivido se puede revivir y, con ello, sobrevivir, al menos un tiempo. Hay que vivir en esta inmensidad para creerla y no olvidarla nunca. Me llevo un poquito de ella en mi corazón para decir allá donde vaya que ¡existen paraísos poblados de soledades y silencios!”
Testimonio de una huésped
1 comentario
Buenos días. Coincido plenamente con lo expresado por esta huésped. Para quienes amamos el desierto y encontramos en él vivencias que de otra manera es muy difícil percibir, es muy grato tener la oportunidad de escuchar otro testimonio que alaba sus potencialidades y, como no!, las experiencias que otorga una estada en la Murtra. Saludos y los mejores deseos.