El desierto, más allá de ser un lugar geográfico, es un lugar adonde deberíamos ir como un camino interior a emprender. Una travesía personal que nadie la va a hacer por nosotros. O nos lanzamos a vivir más auténticamente, más en verdad, o seguimos resbalando por la superficie de las cosas, sin atrevernos a sumergirnos e ir más allá. Ernest Hemingway, afirmaba que “el hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera”.
Puede ser que a más de uno le asuste la posibilidad de estar “solo y en silencio”. Es un entrenamiento, un verdadero ejercicio, para aprender a familiarizarnos con aquello que la vida no nos va a “perdonar”: momentos o etapas de soledad no buscada, no querida y, sobre todo, el instante de la propia muerte. Sólo la persona ejercitada en la soledad y el silencio sabrá afrontar la muerte con paz y esperanza. Un padre de familia, chileno, me decía tiempo atrás que su hijo, fallecido a los 18 años, había muerto con mucha paz «porque sabía estar solo».
Hacer desierto, vivir espacios de desierto, es dejar las seguridades a un lado para adentrarse en parajes desconocidos. Es pasar a la otra orilla. Tomar el camino de la soledad y el silencio para bajar hasta el fondo del propio ser. Irse vaciando para dejar espacio a nuevos contenidos, nuevas vivencias, nuevas presencias.
Desde ese anclaje en la soledad y el silencio interior, la persona va haciendo un proceso de liberación que la llevará a vivir de un modo renovado sus personales circunstancias. Porque la soledad y el silencio auténticos, no son para huir de la realidad, de los problemas, de los compromisos, de las responsabilidades, sino que son la plataforma que nos permite afrontar todo esto con una mayor perspectiva y hondura, sin quedar aprisionados por ellos.
Parece un contrasentido hablar, o escribir, hoy en día, de la necesidad de la soledad y el silencio, en una sociedad hiperverbalizada, donde lo que cuenta es la palabra, aunque ésa esté vacía. Sólo desde la soledad buscada y el silencio interior, podremos decir algo que valga realmente la pena. Sino, mejor quedarnos callados.
Lourdes Flavià