Anoche murió la Juanita

IMG_9266Anoche murió la Juanita. Tenía 39 años. Vivía en Chiu-Chiu. Era una mujer de esfuerzo, luchadora, trabajadora y dedicada a sus tres hijos, especialmente a Ulises, en silla de ruedas aquejado de parálisis cerebral desde su nacimiento.

Juanita tenía un sentido del humor admirable. Aún, en sus últimos días de vida, postrada en cama en el hospital, si uno le preguntaba “¿y cómo estás Juanita?”, ella fácilmente te podía responder: “pues aquí estoy, como pan que no se vende!”. El cáncer finalmente pudo con ella.

Hoy, cuando caminando me he dirigido hacia la casa de sus padres, iba pensando para mis adentros, cómo estará Alicia, su madre. ¿Me la encontraré llorando desconsoladamente?, o ¿estará como anonadada, sin reaccionar?, ¿o pataleando y preguntándose por qué a mí, por qué a nosotros,…? ¿o echándole las culpas a Dios por habérsela llevado tan pronto?

Al llegar, en el patio de entrada a la casa, estaba D. Eugenio, su padre, pelando papas, con semblante ensombrecido por la tristeza y el dolor… pero pelando papas pues había que cocinar y atender a las personas que iban a llegar para acompañarlos en su duelo. En el mundo andino, al igual que en otras culturas, cuando alguien muere se acostumbra a ofrecer comida a todo aquel que llegue a la casa, familiares, vecinos, amistades,… todos van a ser atendidos con un plato de comida. Después de darle un abrazo, entré a la casa. Alicia estaba ahí. No precisamente lamentándose, ni rabiando, ni quejándose,… estaba amasando pan. La abracé mientras ella aún tenía literalmente las manos en la masa. Mientras seguía amasando, conversamos… algunas lágrimas iban surcando su rostro. Y seguía amasando hasta que la masa ya quedó a punto para ser tapada y esperar a que leudara. Mientras, en el cuarto de al lado, estaba Ulises tendido en la cama. La noche antes había llorado ¿presintió que no iba a volver a ver a su mamá?

Cuando me fui se habían agolpado en mí un cúmulo de sentimientos, emociones… La muerte formaba parte de la vida y eso era tan así como ver a unos padres que, aún con la tristeza por la pérdida de la hija, seguían pelando papas y amasando pan.

Hace tiempo me pregunto qué veremos cuando crucemos esa línea tan fina que separa esta vida de la otra, qué vislumbraremos al cruzar a la otra orilla. Y, de pronto, percibí que quizás veremos a María Santísima amasando pan para repartir en la mesa del banquete celestial.

Lourdes Flavià Forcada

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