“Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y ahí dentro está Dios. A veces me es accesible. Pero a menudo hay piedras y escombros taponando ese pozo y entonces Dios está enterrado. Hay que desenterrarlo de nuevo. Me imagino que hay gente que reza con los ojos dirigidos hacia arriba. Ellos buscan a Dios fuera de sí mismos. También hay otras personas que agachan la cabeza profundamente y que la esconden entre sus manos; creo que esa gente busca a Dios dentro de sí misma” (Diario de Etty Hillesum, 26 de agosto de 1941).
Etty Hillesum, joven holandesa de origen judío que vivió en sus carnes el holocausto nazi, y murió ejecutada en Auschwitz un 30 de noviembre de 1943. Tenía 29 años. Sobresale de modo extraordinario por la profunda vivencia interior que dejó por escrito en sus diarios y cartas. Una experiencia que podemos definir como “mística”, universal (no adscrita a ninguna religión), vivida en muy poco tiempo (apenas dos años), marcada por una asombrosa transparencia y honestidad consigo misma. Una historia narrada en primera persona, en un lenguaje sencillo y muy humano, con una sinceridad que a veces asusta, y sin duda “tocada” por el Espíritu, que sopla donde quiere (también fuera de la Iglesia).
Otros fragmentos de su diario:
“(…) Las amenazas y el terror crecen día a día. Me refugio en la oración como un muro oscuro que ofrece seguridad, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. Este retirarme en la celda cerrada de la oración, se vuelve para mí una realidad siempre más grande, y también un hecho siempre más objetivo. La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme.” (18 de mayo de 1942)
“Quieren nuestra completa destrucción. Ahora sí que lo sé. No molestaré a los demás con mis temores, no estaré amargada si los otros no entienden qué es lo que nos importa a los judíos…A pesar de todo, la vida está llena de sentido, aunque apenas me atrevo a comentar eso ante los demás. La vida y la muerte, el sufrimiento y la alegría, las ampollas en mis destrozados pies y el jazmín detrás de mi casa, la persecución, las innumerables crueldades sin sentido…: todo eso está dentro de mi como una fuerte unidad, y lo acepto como un todo, y empiezo a comprenderlo cada vez mejor, sólo para mí misma, sin ser capaz hasta ahora de explicarle a nadie cómo está todo interrelacionado…No estoy amargada y no me rebelo. Tampoco estoy desanimada, ni estoy resignada en absoluto…Suena casi paradójico: cuando uno deja fuera de su vida la muerte, la vida nunca es plena; y cuando se incluye la muerte en la vida, uno la amplia y enriquece”. (3 de julio de 1942)
“Corren malos tiempos, Dios mío. Esta noche me ocurrió algo por primera vez: estaba desvelada, con los ojos ardientes en la oscuridad, y veía imágenes del sufrimiento humano. Dios, te prometo una cosa: no haré que mis preocupaciones por el futuro pesen como un lastre en el día de hoy, aunque para eso se necesite cierta práctica… Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida…Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior…Mantendré en un futuro próximo muchísimas más conversaciones contigo y de esta manera impediré que huyas de mí. Tú también vivirás pobres tiempos en mí, Señor, en los que no estarás alimentado por mi confianza. Pero, créeme, seguiré trabajando por ti y te seré fiel y no te echaré de mi interior“ (12 de julio de 1942)
“Esta tarde estaba descansando en mi camastro y he tenido el impulso repentino de escribir en mi diario el fragmento que te incluyo: “Tú que me diste tanto, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, en una larga conversación. Cuando estoy en algún rincón del campamento, con los pies en la tierra y los ojos apuntando al cielo, siento el rostro anegado en lágrimas, única salida de la intensa emoción y de la gratitud. A veces, por la noche, tendida en el lecho y en Paz contigo, también me embargan las lágrimas de gratitud, que constituyen mi plegaria”… (18 de agosto de 1943)
Diecinueve días después, el 7 de septiembre de 1943 fue deportada a Auschwitz con toda su familia y otras novecientas personas más (entre ellas, 170 niños). Según la Cruz Roja, su muerte ocurrió el 30 de noviembre de ese mismo año.