Author: Alfredo Rubio de Castarlenas

Médico, sacerdote, filósofo, educador y poeta

“Los que no mueren son los que no existen. Morir es la prueba de que he tenido el gozo de existir. Y aunque no hubiera nada para nosotros después de nuestra existencia terrena, aunque mi mismo yo se aniquilara, valdría la pena, aún así, haber existido: haber visto un amanecer o un atardecer, una rosa, o haber sentido una mano amiga; haber acompañado a otra persona, también existente, con nuestro amor, en su gozo o en su dolor”. “Sólo aquel que abraza con alegría el hecho de morir, porque significa que “existo”, puede abrazar con alegría la vida. Pues bien,…

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Estar descalzo es la base para sentirse libre. Para ser libre. Desde pequeños nos han calzado, bajo capa de higiene “nos han separado” de la naturaleza, del mundo, nos han impedido tocar y acariciar la tierra, con nuestros pies, al andar. Nos han atrofiado e hipersensibilizado de tal manera, que ya nos es imposible ir descalzos… bajo pretexto de confort nos han atenazado. Desde pequeños, los “zapatitos de punto” y los que les han seguido, han sido como grilletes, cada vez más duros y rígidos, que nos han metido en las coordenadas de un sistema. ¡Qué difícil lo tenemos…

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Hago silencio. Hago soledad. Dejé tras de la cerca mis querellas. La noche me dosela con estrellas. Sólo me recubrí de tu bondad. En tus manos, mi Dios ¡qué claridad! La luz se hace almohada y centellas. Tú para siempre mi temor me mellas y así podré dormirme en tu piedad. Y esperaré la aurora sin cuidado. ¡Ya encenderás mi sol cuando lo quieras! Me sabré por tu mano levantado. Encontraré el silencio bien sonoro; Mi solitud poblada sin fronteras. Mis pesares diademas de tu oro. Alfredo Rubio de Castarlenas

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Soneto en especial en octubre, con estrambote de cuidar a Dios Padre Cada tarde en la gran tela del Cielo Dios Padre junta un distinto ocaso, pues siempre tiene el caballete al raso junto a pinceles de muy limpio pelo. Es un artista abstracto y con anhelo de inventor cada día paso a paso un nuevo lienzo así, como al acaso que deja absortos ante su desvelo. Pero ya veis, ¡cuán pocos los observan casi todos mirando, con afán, los relojes que tanto nos enervan! Tan solo entre los altos edificios se ven del cielo andrajos de haragán ¡Arrancaron tu…

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