“Los que no mueren son los que no existen. Morir es la prueba de que he tenido el gozo de existir. Y aunque no hubiera nada para nosotros después de nuestra existencia terrena, aunque mi mismo yo se aniquilara, valdría la pena, aún así, haber existido: haber visto un amanecer o un atardecer, una rosa, o haber sentido una mano amiga; haber acompañado a otra persona, también existente, con nuestro amor, en su gozo o en su dolor”.
“Sólo aquel que abraza con alegría el hecho de morir, porque significa que “existo”, puede abrazar con alegría la vida. Pues bien, es igualmente cierto lo contrario: aquel que abraza con alegría la vida tal como es, incluso mortal, pues es lo único que él puede ser, puede abrazar con alegría la muerte. Estas dos cosas se interaccionan entre sí, se aumentan. Y la alegría aumenta. Se aumenta como nata que crece al ser batida. Con lo opuesto, la tristeza, también pasa: la tristeza de vivir la vida tal como es y la tristeza de saber que he de morir, se alimentan mutuamente; y la tristeza aumenta”.
Alfredo Rubio de Castarlenas