“Es la ley del más fuerte, mujeres sometidas, guerras, la jerarquía es algo importante para ellos, todos son jefes y todos se creen superiores a algo o a alguien… los hombres se creen superiores a las mujeres, la gente de la ciudad a la gente del campo, los adultos a los niños, los humanos a los animales… y los degenerados que lo dominan todo”. Es lo que Osam, habitante de un pequeño planeta, comunica a los suyos, acerca de los habitantes de la Tierra cuando la visitó, en una de las escenas de la película La Belle Verte (título original en francés), que ofrece una mirada sobre cómo nos ven desde otros planetas que tienen un grado de evolución bastante más elevado que el nuestro. El tema del poder, del dominio de unos sobre otros, lo consideran en ese planeta un signo de subdesarrollo y propio de civilizaciones menos evolucionadas.
La tentación del poder está latente y presente en diversos planos de nuestra vida. Y, probablemente, ni somos conscientes de ello. La actitud diametralmente opuesta al poder sería lo que el escritor, médico y sacerdote, Alfredo Rubio de Castarlenas, vino en llamar “la ultimidad”. Una manera de situarse en la vida desde la horizontalidad y fraternidad con todo lo existente, todo lo contrario a la lógica del poder y del dominio. Él decía que una de las claves para abrir el candado de la puerta del Reino de Dios es ser últimos: “En el Reino de Dios hay que ser últimos. Ni primeros ni segundos… últimos, todos iguales. Es en el mundo donde hay competitividad y todos quieren ser primeros y por eso el mundo va como va. Ser últimos es ser servidores. Servidor de todos por amor. Servir es la mayor alegría si se hace por amor.”
La ultimidad nos hace sentirnos hermanos unos de otros, hermanos en la existencia, en un plano de igualdad. Pero no sólo eso. También nos hace sentirnos hermanos de todo lo creado. Tenemos que revisar cómo tratamos a los seres existentes, sean o no de la especie humana. Muchas veces los tratamos con un sentido de superioridad y de dominio, maltratándolos. Queremos dominarlo todo sin límite alguno, instalados en una dinámica depredadora y voraz. Teilhard de Chardin señalaba que tenemos que convertirnos en servidores y no en dueños del Universo.
La ultimidad crea vínculos fuertes entre las personas pero, a diferencia de otro tipo de vínculos que atan, la ultimidad nos deja libres: “Todos últimos y nos damos las manos como últimos. Nadie quiere ser primero sobre los otros, nadie quiere mandar sobre los otros. Y eso crea unidad. Somos uno. Unidos por la ultimidad y la libertad” (A. Rubio).
Francisco de Asís no quiso fundar una orden poderosa sino libres comunidades de amigos, los hermanos menores -«ei fratelli minori»-,no hay mayores, son los hermanos menores de la sociedad. Nosotros diríamos hoy, los «últimos». Todos últimos, todos menores. En “Sabiduría de un pobre”, Francisco, hablando con el hermano Rufino : “Ahora sabes lo que es un hermano menor: un pobre, según el Evangelio; un hombre que, libremente, ha renunciado a ejercer todo poder, toda clase de dominio sobre los otros y que, sin embargo, no es conducido por un alma de esclavo sino por el Espíritu más noble que hay, el del Señor.”
Y en otro profundo y bello diálogo de Francisco con el hermano Tancredo se aprecia cómo la ultimidad es generadora de paz y de autentica amistad: “Es preciso ir hacia los hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un inmenso campo de lucha por la riqueza y el poder… es preciso, sobre todo, que al ir hacia ellos no les aparezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser en medio de ellos testigos pacíficos del Todopoderoso, hombres sin avaricias y sin desprecios, capaces de hacerse realmente sus amigos. Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y salvados en Jesucristo.”
Ser últimos, incorporar la ultimidad en nuestras acciones cotidianas, en nuestras relaciones, en nuestros espacios vitales, puede ir provocando la transformación que este mundo tanto necesita. Entre otras cosas, porque la ultimidad no deja a nadie atrás. Traspasa fronteras, derriba muros y crea las condiciones para generar espacios de inclusividad y fraternidad.
Lourdes Flavià Forcada
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“Todos últimos y nos damos las manos como últimos. Nadie quiere ser primero sobre los otros, nadie quiere mandar sobre los otros. Y eso crea unidad. Somos uno. Unidos por la ultimidad y la libertad”.
Esta frase de Alfredo Rubio si se viviera a cabalidad sería el Cielo en la Tierra.
Existen muchas teorías sobre la libertad, pero las teorías se quedan en teorías si en la vida no se experimenta esto en vivo y en directo. No sólo con unos que he elegido, sino con todos los que convivimos en un tiempo y un espacio concreto y ahí, esta el dilema.
Respetarnos mutuamente, ser dóciles, no exigir, ni pedir nada a cambio de nada, no forzar ni manipular. Vivir la profunda amistad con sus límites, sus sombras y alegrías, los sufrimientos, certezas e incertidumbres eso es derribar muros queriendo siempre el bien del otro por encima de mi mayor bienestar.
Sin embargo cuánto hemos aprendido culturalmente a atarnos unos a otros con sutilizas casi imperceptibles y cuánto cuesta desatar esos nudos emocionales, de comportamientos sociales, religiosos, políticos, económicos y de diverso orden.
Como sería de bueno predicar sin predicar. Las palabras engañan, los constructos mentales se vuelven rígidos y nos separan. Excluimos y nos excluyen. Necesitamos en el mundo más personas como San Francisco de Asís que vivía en la perfecta alegría, no hablaba, vivía. Sabía con certeza que lo que él vivía lo vivían también sus hermanos y no pedía nada más. Por eso vivieron con alegría su Cielo en la Tierra. Porque creyeron, confiaron, se abandonaron.
¡Eso falta en el mundo hoy!
Gracias Lourdes por tu bonita reflexión.