Entramos en un nuevo año. Siempre, en estas fechas, nos felicitamos y nos deseamos lo mejor para el año que empieza. Abundan las expresiones como “que este año sea mejor que el anterior”, o “que sea un año lleno de bendiciones”… Más de uno, seguramente nos preguntamos que es lo qué deseamos o cómo soñamos que sean estos doce meses que como un abanico se irán desplegando.
Interiormente me surge el estar abierta a lo que la realidad me vaya presentando en el día a día y eso incluye, capacidad de contemplación y admiración. El papa Francisco hablaba recientemente del “saber detenernos en los lugares del asombro en la vida cotidiana”. Y uno de los lugares que señalaba era “el otro”. Ver al otro no como alguien ya archiconocido del cual no podemos esperar nada nuevo, sino como un ser único e irrepetible que siempre puede sorprendernos, del cual siempre podemos aprender algo… si estamos abiertos a contemplarlo con una mirada limpia de prejuicios.
Podríamos en este año hacer un itinerario o peregrinación por estos “lugares” del asombro. Empezar cada día con una actitud de receptividad y acogida a lo que la cotidianidad nos vaya ofreciendo. A veces nos ceñimos demasiado a los planes preconcebidos, a lo que la agenda marca, a los proyectos que hemos dibujado en nuestra mente, y cuando algo no previsto irrumpe en nuestra vida, nos cuesta demasiado flexibilizarnos y adaptarnos a esa circunstancia que no estaba considerada. En vez de verla como una injerencia no deseada en nuestros planes, podríamos verla como una oportunidad para crecer humanamente. Estar abierto a lo que la vida nos depara es aprendizaje de humildad, de no creernos una especie de semi-dioses que todo lo tienen controlado y nada puede quedar fuera de su supervisión o registro.
El asombro, la admiración, la contemplación de la realidad tal como se nos presenta es una buena actitud previa para poder afrontar con paz y alegría lo que tenga que venir. Saber integrar los imprevistos, las situaciones inesperadas, las contradicciones o, incluso, circunstancias dolorosas de enfermedad o muerte, son signo de una verdadera salud global.
Días atrás iba en el tren y se subieron al vagón, por distintas puertas, tres músicos. Dos de ellos iban juntos, tocaban juntos. El tercero, se notaba que no. Cada uno de ellos llevaba un instrumento distinto. Pensé que se iban a poner de acuerdo para tocar primero unos y después el otro o al revés. Pero no fue así. Se intercambiaron unas sonrisas, se juntaron, musitaron unas palabras… y empezó a sonar la música. Uno con el acordeón, otro con la guitarra y el tercero con el contrabajo, nos ofrecieron a los pasajeros un improvisado concierto… y no sólo eso. Yo diría que lo más hermoso fue el espectáculo que nos ofrecieron de integrar lo inesperado y ser capaces de crear una bella sinfonía de música y vida.
Lourdes Flavià Forcada
2 comentarios
Me gusto..
Totalmente de acuerdo…. vivir día a día sorprendiendonos con lo que nos entrega la existencia. Nada que controlar… dejar que nuestra alma vaya al son del universo.
Felicidades siempre….