Hace años tuve ocasión de viajar de Tokio a Kyoto con el tren bala del Japón, que corre a más de 500 kms. por hora. Deseaba contemplar el paisaje. Se acercaba un almendro florido y pensaba: “me deleitaré en él”. Pero ya había pasado. Ahora venía un templo oriental. Quería contemplarlo y ya era un recuerdo. Más allá una vaca: lo mismo. A veces nuestra vida se parece a un tren de alta velocidad en marcha. Desde el tren de los acontecimientos que nos lleva quisiéramos contemplar detenidamente un árbol, una casa una vaca,… Pero rápidamente se convierten en pasado. Vamos viviendo los acontecimientos con gran rapidez, lo que nos parecía futuro se convierte rápidamente en pasado. ¿Habrá alguna manera de contemplar el presente? Sí: bajar del tren, es decir, dedicar tiempo a la soledad y al silencio.
Soledad y silencio en libertad. Son una soledad y un silencio escogidos, no forzados ni obligados. No es la soledad a la que se ven abocados, por ejemplo, tantos ancianos o enfermos a quienes nadie visita. La libertad es una condición fundamental para que la soledad y el silencio sean fecundos.
Para ello hace falta espacio y hace falta tiempo. Escojo un espacio y un tiempo para estar en silencio. A veces esto es difícil, pero hay que intentarlo porque es mucho lo que me juego. Necesito espacio y unas horas al día. Si en casa no puede ser, fuera de casa, al campo, a la montaña, al desierto o en una casa que tenga esta función. Sobre el paso del tiempo me decían que aquí en Chiu-Chiu es como si no transcurriese. Olvidamos el reloj. Ahora bien, esta ausencia de tiempo exterior nos ayuda a percatarnos de que hay un tiempo interior. No es el tiempo que pasa, somos nosotros los que pasamos. En una novela catalana contemporánea, “La plaza del Diamante”, la protagonista, una mujer que ha sufrido los avatares de la guerra, ya madura, una noche paseando por las calles de su barrio de Gràcia, se detiene y se percata por primera vez del paso del tiempo:
“Y sentí de una manera fuerte el paso del tiempo. No el tiempo de las nubes y del sol y de la lluvia y del paso de las estrellas, adorno de la noche, no el tiempo de las primaveras dentro del tiempo de las primaveras y el tiempo de los otoños dentro del tiempo de los otoños, no el que pone hojas a las ramas o el que las arranca, no el que ondula y desondula y colorea las flores, sino el tiempo dentro de mí, el tiempo que no se ve y nos amasa. El que rueda y rueda dentro del corazón y te hace rodar con él y nos va cambiando por dentro y por fuera y con paciencia nos va haciendo tal como seremos el último día”. (M. RODOREDA, La Plaza del Diamante).
La soledad y el silencio no son sólo exteriores, también interiores. Durante un rato dejo de estar pendiente de unas personas concretas y de sus preocupaciones, dejo que callen las voces interiores. Quizás me bastará un papel para anotar en él aquellas cosas que deba hacer cuando salga de mi soledad y mi silencio.
Puedo empezar con una invocación. Esto es opcional. Un texto motivador puede ayudarme a ello.
Ver la película de mi vida. Pasado inmediato, presente y futuro. Es decir, rever, ver y prever. Una actitud respecto al pasado, de agradecimiento y de reconciliación. Ver qué cosas del pasado me pesan, me condicionan, me atan, me impiden ser libre… Lo mismo del presente. Ver qué cosas puedo cambiar, qué cosas no, y ser sabio para advertir la diferencia. Darme cuenta de si estoy manipulando a alguien. Yo puedo manipular un objeto pero no debo manipular a una persona. Manipular es rebajar al otro en su dignidad. A veces digo “amo a esta persona”. Y miento. No la amo, amo el placer que me produce, lo que me da o satisface. Me estoy amando a mi mismo. Por eso tengo que pasar del amor de necesidad al amor de gratuidad. También lanzo una mirada sobre el futuro, preparar un examen, un viaje, una conferencia… No puedo improvisar. Plantear las pequeñas y grandes metas de la vida y poner los medios precisos para alcanzarlas.
Este rever/ver/prever me humildea (me hace humilde), me hace caer en la cuenta de que no soy Dios sino un ser humano limitado.
Hay Dios. Hay misterio. Creía que era yo quien había escogido ese espacio y ese tiempo y me doy cuenta que ha sido Otro quien me ha convocado a él. Me abandono y dialogo. Escucho. El silencio se hace sonoro, la soledad se va poblando. Me dejo trabajar por él. Quizás en mi vida me falte tiempo para Dios, quizás tenga el tiempo más repartido, quizás no dedico el tiempo a lo que es fundamental. En la vida hay cosas muy importantes, poco importantes y nada importantes…
Empiezo a aterrizar. Fijo prioridades. Consciente de que los proyectos que he pensado o vivido en silencio, los he de dialogar, los he de contrastar, los he de consultar. Hay personas que cuando ven algo claro en la soledad y el silencio se lanzan a vivirlo sin más. Y se estrellan. Les ha faltado ese contraste sereno y sosegado con los más queridos.
Aterrizo. Hay cosas importantes que he de hacer. Me he de preparar. He de ser cauto, prudente. He de poner los medios oportunos para hacer cosas. Doy gracias. Salgo. Agradezco.
El cultivo de la soledad y el silencio constituye un itinerario de paz porque me ayuda a pacificar, conmigo mismo, con los demás, con Dios.
Jaume Aymar