Recoger implica la acción de reunir algo disperso que originalmente estaba junto. También denota recolectar datos para obtener un resultado. Igualmente, atañe a poner orden en un lugar, organizando los elementos que se encuentran en él. Asimismo, se recoge lo que se ha caído. Cuando llega el momento, en el campo se recogen los frutos, las semillas, las flores.
El acto de recoger, en cualquiera de sus acepciones, conlleva un discernimiento, una habilidad para seleccionar aquello que deseamos ordenar, dejando fuera lo que no afecta a ese orden que estamos buscando. Por tanto, recoger también implica una renuncia necesaria.
Asociada a la palabra recoger surgen otras como recogerse o recogimiento, que suenan a algo más íntimo. Recogerse reúne las acepciones que hemos visto antes en la persona de uno.
Cuando estamos dispersos y notamos que esto nos afecta negativamente, buscamos sosegarnos, aquietarnos, dejar que se sedimente nuestro poso interior para ver la realidad con más claridad. De esta manera, lo que originalmente en nosotros tendría que estar unido, vuelve a congregarse.
En el momento en que uno comienza a recogerse, va encontrando aspectos poco conocidos de su persona, a veces algunos que ignoraba totalmente, pero que con la voluntad de indagar sobre uno mismo van aflorando. También suelen aparecer viejas y nuevas heridas, y, porqué no, la piedra con la que siempre tropezamos. El recoger datos de uno es una buena excursión que nos aporta luz sobre las sombras que van detrás nuestro fielmente.
No sólo es importante poner orden en el espacio, sino también en el tiempo. Un amigo decía que así como designamos un lugar para cada cosa, debemos saber ordenar cada cosa en su tiempo. Recogerse va despertando la necesidad y el deseo de ordenarse: ordenar nuestro tiempo, ordenar nuestros espacios, tanto privados como públicos, ordenar nuestros sentimientos y pensamientos. No se trata tanto de un orden cartesiano como de un orden natural. Cada uno tenemos nuestro propio equilibrio, cuando estamos recogidos podemos apreciarlo y, sobre todo, respetarlo. Parece curioso, pero despertar este orden natural, lejos de encasillarnos nos ayudará a liberarnos.
En épocas de crisis tenemos la sensación de caída, de haber tocado el fondo de la propia existencia, de que todo es cuesta arriba. Es el mejor momento para recogernos, para volver a levantarnos a partir de eso caído que somos. De ese montón de vivencias apiladas sin ton ni son. La experiencia de caída, como la de enfermedad, nos ayuda a contemplarnos en nuestros límites para andar por la vida con más humildad.
El que siembra, recoge, reza el refrán. Pero también hemos escuchado: hay unos que siembran y otros que cosechan. Ambas concepciones apuntan verdades. La primera habla de aquello que podemos recoger fruto de nuestro esfuerzo. Recogernos trae consigo el poder saborear todo aquello que va naciendo fruto de ese encuentro personal e intransferible. El segundo dicho nos lleva a ser conscientes de que no todo lo que recibimos nos lo debemos a nosotros mismos. Alguien antes ha sembrado para que nosotros recolectemos. En el punto más radical podemos darnos cuenta de que nosotros no nos hemos dado la vida, esta es un regalo, un fruto del cual comemos sin haber hecho nada para merecerlo.
Y, para llegar al recogimiento, ese estado en el que podemos reunirnos de nuestra dispersión, liberarnos en el orden, rehacernos desde nuestros límites, reconocernos, paladear la vida, son necesarias dos condiciones que van de la mano: la soledad y el silencio. ¡Busquémoslas!
Al inicio también asociábamos el recogerse con la renuncia. Pues sí, para encontrarse en soledad y silencio, hemos de hacer renuncias, optar por reservarnos un tiempo y un espacio para estar recogidos. No se trata de renuncia en el sentido negativo. Al contrario, una renuncia que nos lleva al recogimiento es la opción por una nueva manera de andar en la vida. Es una renuncia que anuncia.
Javier Bustamante Enríquez
Poeta