Los seres humanos solemos oscilar entre contrastes marcados, lo que no necesariamente tiene una connotación negativa de buenas a primeras, muy por el contrario, nuestra oscilación emocional o anímica responde a los estímulos que nos presenta el día el día. Nuestra condición de ser, estar vivos, existir, se adapta a cada situación vivida, precisamente porque somos seres en interacción constante con otros, con el medio, con nosotros mismos.
Exteriormente, nos movemos por la geografía en que vivimos, el trabajo que realizamos, las ocupaciones que nos mantienen sujetos a la realidad de cada uno e, interiormente, nuestro péndulo también va de un lado al otro: emociones, pasiones, gustos personales que nos sitúan frente a escenarios que demandan constantes respuestas, de uno u otro cariz. En este sentido, lo recomendable sería mantener un anclaje que, a pesar del movimiento interno/externo, nos ofrezca la posibilidad de permanecer centrados, como conectados -diríamos- a lo basal, al fundamento que nos permite ser. Pero, ¿cómo descubrimos ese anclaje e, incluso, cabe la pregunta ¿Cuál es esa ancla?
Existen tres realidades (que, incluso llegan a ser solo una): silencio, soledad, vínculo.
Silencio, como medio para favorecer la soledad que, a su vez, acrecentará nuestra vinculación con nosotros mismos, con otros y con el medio que nos rodea. Sin embargo, no se trata de un vínculo cualquiera, sino del que nos hace más persona, cuyo motor es el amor y que, en definitiva, permite posicionarse más allá de las apariencias de estar inserto frívolamente en cualquier realidad, más allá del placer o del dolor. Vincularse es permanecer, acompañar, entregar tiempo y atención y también recibirlo. Es en el silencio y en la soledad (no egoísta, sino en libertad) donde se fragua esta motricidad fina del alma.
Procurar el silencio favorece irremediablemente, o mejor, irrenunciablemente, la escucha, que va como abriéndose camino en medio de construcciones mentales, físicas, orgánicas, espirituales propias y que, en definitiva, nos lleva también irrenunciablemente a la soledad más profunda de nuestro existir, a la unicidad y particularidad de cada uno, distinto a todo otro ser. Aquí se abre para mí una imagen muy sugerente, como una carretera de ida y vuelta (que no solo en una dirección) que es transitar el silencio para descubrir nuestra unicidad (soledad) y desde allí volver a salir cada vez más “fino” para vivir vinculado a la vida, que tiene vaivenes, que nos presenta nuevas situaciones y nos empuja a interactuar -nuevamente- con nuestro diario vivir, a manera de círculo creciente o una espiral que vuelve a necesitar anclarse.
Cabe también la pregunta ¿Qué hace falta para anclarse así? Una posible respuesta es: tiempo, dedicación, temple, firmeza, respeto, entrega. Esta ancla, como otras que podríamos encontrar en nuestro interior para no estar a merced de los vientos que corran, no se improvisa, se procura, se cuida, se contempla.
Ahora bien, cuando decimos, procurar la soledad, no se trata de convertirse en islas permanentes, más bien se trata de aislarse para salir de sí cada vez más purificado de las cadenas que nos aherrojan, de los lastres que arrastramos, de las incomodidades que nos provocan los ruidos excesivos, entendiendo como ruido todo lo que “ensordece” e impide escuchar, en fin, empatizar, tener “motricidad fina” para entablar diálogo y volver a vincularse, generando relaciones con ese otro que es alteridad, tan único y circunstancial como yo… y también, cómo no, para estar en calma, para aquietarnos y renovar fuerzas, para habitarnos; para considerar, reconsiderar, discernir y decidir; para disfrutar, para mirar viendo… para “estarse amando al Amado”, como diría San Juan de la Cruz.
Soledad Mateluna Páez
2 comentarios
Buen artículo, Sole. Muchas gracias
Nos movemos entre la necesidad de soledad, silencio e interación social y ruido. Siendo en general más y mayor la exposición al ruido e interacción social; en el trabajo, la vida familiar, los estudios, etc. Pero a veces sentimos esa urgente e imperiosa necesidad de calma y silencio interior y en nuestro entorno, para rearmarnos y seguir adelante. Mi experiencia con los retiro ha sido muy buena y enriquecedora. Haré mi mejor esfuerzo para organizar mi panorama y poder asistir al retiro del 15 al 17 de julio. Muchas gracias por compartir esta invitación. Gracias.