Días atrás fui invitada a presenciar la clausura de un proyecto realizado con un grupo de mujeres de ascendencia indígena que están cumpliendo condena en una cárcel del norte chileno.
El proyecto consistió en capacitar – durante varios meses- a las mujeres en el uso del telar de peine a pedal y otras técnicas como el fieltro. Un proyecto para ayudar a crear raíces, arraigo y comunidad a partir del tejido.
El lugar donde se desarrolló el acto fue en uno de los patios. Los muros laterales estaban coloreados por mosáicos y pinturas murales. De techo, el cielo, pero un cielo enmarcado por la malla de fierros que cerraba el patio por arriba. Era como estar en una jaula.
Lo que pude ver de ese recinto penitenciario dejaba mucho que desear en cuanto a lo que se esperaría que fuera un lugar con las condiciones óptimas para la reinserción de los presos. Me refiero a la infraestructura y mantenimiento, al espacio. Como señaló una de las autoridades invitadas a ese acto, la reinserción es una deuda que aún tiene el estado de Chile.
En el patio había varias mesas donde se exponían los trabajos realizados por las participantes del taller. Empezó el acto con algunos discursos de las autoridades presentes y siguió con un desfile de las reclusas vistiendo las prendas y accesorios hechos por ellas. Texturas, colores, diseños y técnicas textiles que se mostraban a través de mujeres, casi todas jóvenes, con rasgos indígenas, con rostros que al mismo tiempo que mostraban su satisfacción por haber logrado crear algo tan bello con sus manos y su imaginación, también sus miradas dejaban vislumbrar un vacío, un dolor.
Todo el tiempo tuve un nudo en la garganta. No podía dejar de pensar mientras veía desfilar a esas muchachas, cuánto tiempo les quedaría para recobrar su libertad y qué futuro les esperaba.
El acto fue amenizado por un grupo musical compuesto por reclusos, también de origen indígena. A ritmo de saya y de tinkus y con unas voces potentes y armoniosas, su música traspasaba las rejas que cubrían el techo del patio. Y pensé que, de igual modo, que la música era capaz de traspasar rejas y muros, la belleza y creatividad que esas mujeres habían plasmado en sus tejidos, también traspasaba las condiciones precarias y deprimentes de la cárcel para dibujar un horizonte de esperanza.
Lourdes Flavià
3 comentarios
Gracias Lourdes por comentar la experiencia. La idea es que pudieran comercializar los productos ?
Un beso
Gracias por expresar de tan fidedigna forma lo que apreciaste Lourdes. Y si, en esa precariedad igual florecen estás mujeres, cuesta día a día la enseñanza, la guia, el apoyo. Uno genera lazos desde el cariño todo con la calidez de las lanas y ablanda corazones.
Gracias por expresar de tan fidedigna forma lo que apreciaste Lourdes. Y si, en esa precariedad igual florecen estás mujeres, cuesta día a día la enseñanza, la guia, el apoyo. Uno genera lazos desde el cariño todo con la calidez de las lanas y ablanda corazones.