Hago silencio. Hago soledad.
Dejé tras de la cerca mis querellas.
La noche me dosela con estrellas.
Sólo me recubrí de tu bondad.
En tus manos, mi Dios ¡qué claridad!
La luz se hace almohada y centellas.
Tú para siempre mi temor me mellas
y así podré dormirme en tu piedad.
Y esperaré la aurora sin cuidado.
¡Ya encenderás mi sol cuando lo quieras!
Me sabré por tu mano levantado.
Encontraré el silencio bien sonoro;
Mi solitud poblada sin fronteras.
Mis pesares diademas de tu oro.
Alfredo Rubio de Castarlenas