Pistas para hacer un itinerario desde la libertad, la inteligencia y el amor, fue el tema del retiro que se realizó en la Murtra Santa María del Silencio del 1 al 4 de mayo. Los contenidos de dicho retiro fueron desarrollados por la teóloga Manuela Pedra Pitar, quien expuso el tema a partir de varios ejes o ámbitos:
– ámbito psicológico: crecimiento personal, resiliencia, saber amar (madurez emociona)
– ámbito ético-espiritual: valores esenciales, la mirada, saber amar (ser persona para los demás)
– ámbito espiritual-religioso: Dios es comunicación, qué aporta de nuevo ser cristiano, saber amar (oración, soledad, silencio)
La introducción al tema del CRECIMIENTO PERSONAL se hizo a partir de varias preguntas:
¿vale la pena ser mejores personas? ¿pensamos que emplearnos en crecer en humanidad es una tarea esencial y primordial en esta vida? ¿vemos interesante desarrollar todo el potencial que hay en cada uno de nosotros y en todos como grupo y como comunidad humana? ¿pensamos que es una tarea ineludible esforzarnos en ser más humanos? ¿qué clase de persona quiero ser?
El problema más importante que tenemos, el más importante y a menudo el más complicado, es vivir, saber vivir. Estar en el mundo como hombres y mujeres dotados de dignidad, de responsabilidad y de creatividad, ha de ser la finalidad del vivir y ha de llevar a eso que llamamos felicidad.
Tenemos la capacidad de aprender a aprender en todo momento, no sólo de libros, sino de la vida misma, de los sentimientos y de las emociones, de las experiencias, de las relaciones con la realidad.
No podemos elegir lo que nos pasa, pero sí podemos elegir como responder a lo que nos pasa. Para vivir y vivir bien, los humanos necesitamos algo más que sólo los otros humanos pueden darnos y que llamamos amor.
No podemos pedir el libro de reclamaciones, sólo nos queda asumir la responsabilidad que tenemos sobre nosotros mismos y sobre el área en la que estamos.
Al elegir lo que quiero hacer, o mejor dicho que clase de persona quiero ser, voy transformándome poco a poco, ejerzo mi libertad, cada uno de mis actos en esa dirección me va construyendo, me va definiendo.
La vida no es una ciencia exacta, ni es como las medicinas que todas vienen con su prospecto en los que se explican las contraindicaciones y se detalla la dosis que podemos tomar. La vida la recibimos sin receta y sin prospecto.
Tampoco es algo fabricado en serie… cada uno tenemos que ir inventándola de acuerdo con nuestra individualidad, única, irrepetible y frágil, muy frágil.
Sólo tenemos una vida que hay que vivir con libertad, con inteligencia y “amasados” en el amor.
LA RESILIENCIA fue el tema de reflexión en la segunda sesión, en la que se compartieron varias definiciones y casos concretos de resiliencia en los que se ve claramente como el trauma, el golpe vivido y asumido, había desarrollado en esas personas recursos interiores no utilizados hasta ese momento. Las adversidades pueden embrutecernos matando nuestra humanidad, o bien pueden hacernos despegar del suelo para alcanzar el vuelo del águila. Ser capaces de descubrir el bien allí donde hay negatividad. Nos equivocamos si vemos el sufrimiento como algo aniquilador. Puede serlo pero no tiene porque ser así.
Interpretar las experiencias estresantes y dolorosas, como una parte más de la existencia, ha de estar dentro del trabajo que cada uno tenemos que hacer para crecer en humanidad. El secreto de la felicidad está precisamente en encontrar el coraje y las fuerzas suficientes para asumir la realidad tal como se va presentando.
No podemos avanzar en el crecimiento personal sin aprender a resistir al miedo y seguir adelante a pesar de él. Todos sabemos que en muchas situaciones de la vida hay que saber moverse entre la zona de seguridad y la zona de oscuridad. Cuando rebasamos la zona de seguridad es cuando aparece el miedo, pero si para librarnos de él quedamos paralizados, no avanzamos hacia la luz. Saber manejar el miedo y atrevernos a abrazarlo es al final lo que nos permite crecer, salir adelante, correr los riesgos que implica el amor, abrirnos a más vida.
No se trata de que el dolor no duela, ni que la negatividad no haga mella en el corazón. Se trata de atreverse a mirar lo más hondo hasta descubrir que es allí donde hay una lección escondida o un sentido de la vida en el que antes no se había entrado.
Aceptar aquello con lo que no habíamos contado es dar un SÍ a la vida. Lo más doloroso, lo más arriesgado nos ayuda a escuchar la voz que me llama a crecer. También no hará más fuertes y nos permitirá ayudar y a compartir más cosas con los demás.
Abrazar el dolor y el miedo nos aleja de la “queja”, de la “crítica a la vida” y nos permite dirigir la energía a hacer el bien que podemos hacer. Decía Confucio que “más vale encender una vela que maldecir la oscuridad”. Pues eso mismo, es mejor aplicarse a los aspectos más positivos de la vida que quejarnos por lo que no nos gusta.
Valorar lo que hay y no lo que nos falta nos aleja de la ingratitud. Un proverbio africano dice: “Después de haber recorrido el mundo entero en busca de la felicidad, te das cuenta de que estaba en la puerta de la casa”… pero de todas formas hay que atreverse a viajar.
La resiliencia nos llevará a no consentir con las energías destructoras. No sirve de mucho reprimirlas, porque un día u otro salen desbocadas, sino que hay que integrarlas en un proyecto de bondad, un deseo de bien. Hay que acertar en orientarlas bien para que, en lugar de producir muerte, podamos transformarlas en potencialidad de vida. Si reaccionamos mal se produce una frustración existencial (naufragio de toda la realidad), que nos viene de lo que ilusoriamente esperamos de la vida y de la realidad. Si reaccionamos bien, encontramos un sentido aunque sea mucho después. Entonces sucede que el sufrimiento pasa pero el fruto perdura.
No es el fruto de un esfuerzo titánico, sino que es ser realista, es el resultado de no hacerse ilusiones: tener conocimiento de los ángeles y demonios que habitan la vida.
La integración está hecha de muchos ascensos y caídas, renuncias y reconquistas, hasta llegar a colocar la realidad en el centro de nuestro ser donde todo puede quedar armonizado. La integración es entrar en un proceso de armonía cada vez más profundo y más completo.
SABER AMAR (MADUREZ EMOCIONAL) fue el tema tratado en la 3ª sesión. Erich Fromm dice que el amor es la respuesta al problema de la existencia humana.
La conductora del retiro, Manuela Pedra, nos propuso que nos hiciéramos esta reflexión: NO IMPORTA LO QUE TENEMOS, SINO A QUIENES TENEMOS EN LA VIDA. El clásico ser o tener. Hay que amar y amar bien para que este mundo no se hunda y nosotros con él y nuestro hijos junto a nosotros. Pero, ¿sabemos amar o somos un poco analfabetos en esa asignatura, única y esencial?
Si se tiene conciencia de uno mismo ya sabemos que la experiencia del aislamiento provoca angustia. Estar aislado significa estar separado sin posibilidad de crecer humanamente. La necesidad primordial del ser humano es ver de qué manera puede trascenderse a sí mismo. Y esa manera es el AMOR: amor/amistad. El amor/amistad no es un afecto pasivo ni transitorio, es una continuación de relación profunda de ayuda y de cariño. En el amor hay una actividad constante de dar y de recibir.
Un cierto grado de maduración emocional es necesario para saber amar, sin que eso sea meramente una ilusión. Porque muchas veces lo que amamos es nuestra ilusión que proyectamos sobre la otra persona. Lo que ilusoriamente esperamos del otro es lo que amamos, no la realidad de lo que es el otro.
El amor es una fuerza poderosa que engendra más amor. El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de aquel@ que decimos querer.
Hay unas actitudes básicas en el acto de amar: el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el ayudar a crecer a la persona amada. Todo ello por el deseo de que la persona se desarrolle tal como es y con sus propios medios, sin desear para nada servirme de ella o apoderarme de ella. Si amo a la otra persona me siento unida a ella, pero no como yo querría que él o ella sea, como un objeto para mi uso personal, sino tal como él o ella es. Eso sólo lo podré hacer si soy una persona madura emocionalmente, si los agujeros grandes o pequeños que todos tenemos en nuestra personalidad los tengo suficientemente compensados, es decir, descubiertos y trabajados. Pero hay algo más: el amar de verdad al otr@ es la manera más segura de que yo madure. Bien amar me hará crecer en humanidad, pero en la medida en que crezca iré amando mejor. El acto de amar me hará mejor persona a la vez que desearé, propiciaré que el otr@ haga el mismo proceso, desencadenándose de este modo, la más afortunada de las dinámicas humanas.
La psicología no nos proporciona datos exhaustivos sobre el conocimiento del otr@, pero sí afirma con la mayor contundencia que la manera de conocer es amando. Tienen que interesarnos realmente las personas. Hay que tener ganas de descubrirlas, de acceder respetuosamente a su misterio. La otra persona que no soy yo encierra un mundo lleno de belleza por descubrir.
Si la relación que establecemos es auténtica, esa misma relación puede hacer emerger el mejor lado de la personalidad de cada un@, aunque ningún@ de nosotr@s supiera que lo tenemos, un mundo de pequeñas maravillas, pequeños milagros.
También es cierto que hay que asumir muchos riesgos cuando decidimos revelarnos ante otra persona y cuando esa persona se revela ante nosotr@s también asume muchos riesgos y no hay garantías de que todo funcione bien. Pero la vida toda es un riesgo. ¿Y vale la pena una vida sin el riesgo de amar? La vida sin la intensidad de la amistad ¿es propiamente vida o es solamente un ir vegetando?
A medida que vamos aprendiendo a amar mejor, va apareciendo un descentramiento, ya no soy yo el centro de mi vida. La otra persona comienza a ser valorada por sí misma. Pasamos a desear, necesitar, aspirar a la felicidad, al bien de la otra persona. Es querer el bien de ese alguien.
Amar es el proceso más sabio que podemos hacer en nuestra vida.
EL CUIDADO DE LA VIDA fue el tema de reflexión de la 4ª sesión. Cuidar es una concreción del amor. Es un gran valor ético esencial. Cuidarse unos a otros. Cuidar la vida y la tierra en la que la vida germina. Martín Heidegger afirmaba que la esencia del ser humano reside en el cuidado y cuidar significa tener un sentido compasivo de la vida, del mundo, de la realidad, por todas las personas y especialmente por las más pequeñas y maltratadas.
El cuidado esencial es hacer del corazón (centro personal) un hueco abierto a toda carencia humana. El cuidado, el cuido esencial, es una preciosa expresión del amor y es condición indispensable para todas las otras expresiones de lo humano. Allí donde existe solicitud y cariño, allí donde hay cuidado, allí queda la señal de madurez humana. Es allí donde todo lo humano puede crecer hasta llegar a plenitud.
El cuido es el arte de lo pequeño y requiere sensibilidad. El cuidado se ejerce con la palabra y con la mano, con la mirada y con el gesto. Nuestra desconfianza ante el contacto personal físico es porque se nos ha imbuido la creencia de que no somos capaces de tocar sin profanar, sin ensuciar. Se nos hielan las caricias si nuestro corazón es impuro. Por el contrario, cuando sepamos acariciar una pequeña hoja, los pétalos de una flor sin romperla, sabremos que de esta misma manera podemos hacerlo entre nosotros y esto será sanador. En el cuidado de unos a otros puede haber equívocos, puede ser recibido con miedo y rechazo, pero es un riesgo que humaniza la vida.
No matar la esperanza es un aspecto importante del mandamiento ancestral: “no matarás a tu semejante”. Podemos matar de muchas maneras… la indiferencia es una manera de matar porque mata de raíz las posibilidades de proximidad de una persona.
Es imposible cuidar a la fuerza. Cuidar la vida es una opción libre y una vocación. Cuando cuidamos tenemos que contar con la aceptación del otro, tenemos que contar con su receptividad y confianza. No siempre nos dejamos cuidar, amar… El cuidado es como una mano que acaricia pacientemente, que toca sin herir y sobre todo que deja margen para la libertad. Hay que acariciar la vida sin hacer daño, sin agarrar, sin poseer. Es un arte difícil cuidar la vida. La ausencia de cuido actúa sobre las personas como pasa con esas flores que cuando desaparece la luz del sol se cierran sobre sí mismas.
Conocemos todos a gente que para no padecer ellos mismos, necesitan no enterarse de los padecimientos que abundan a su alrededor, lo cual les hace ser cómplices de aquel mal. De todas formas proceder así ya es una desgracia en sí misma, porque en nuestro mundo no hay sitio para la neutralidad, no existe una tierra de nadie donde podamos escapar de la responsabilidad que tenemos los unos con los otros.
Será mucho más prudente, mucho más seguro procurar el bien, actuar con bondad hacia los otros porque ello hará este mundo más habitable. Sería muchísimo más humano hacer, en la medida en que cada uno pueda, un mundo mejor. Ayudar a otras personas será lo más ventajoso para todos. En la medida en que haya muchos que sean “mejores personas”, nuestra humanidad, la de todos, quedará ampliada y reforzada.
Tomarse la vida tan en serio comporta un plus de riesgo. Pero las cosas más bellas por las que merece la pena vivir están mezcladas con el riesgo y la fragilidad. Los días de nuestra vida son muy diferentes si los vivimos con hondura o si los vivimos en la superficialidad, flotando en la inconsciencia de la inmadurez.
El bien y la bondad se contagian, también ocurre al revés, todos sabemos del poder de la expansión que tiene la violencia. Todo lo que se hace en favor de los otros, se hace en favor de la humanidad entera.
Cuidar significa implicarse con las cosas y con las personas, entrar en una gran intimidad con todo ello. En todo caso, la amenaza viene del individualismo egoísta. Dicen que amamos todo aquello que cuidamos y cuidamos todo aquello que amamos. Cuidar es hacer como hace Dios. Y en la medida en que se vea la vida como un don precioso, cuidarla es agradecer este don. Decía un gran maestro espiritual, Alfredo Rubio, que hay que ajardinar el mundo. Hay que ser apasionados en cuidar la vida haciendo cosas, cosas simples y modestas que generen vida nueva, que aumenten el caudal de la vida. No grandes cosas sino pequeñas y modestísimas cosas pero que pueden contribuir a cambiar este mundo.
LA MIRADA CREADORA, LA PERCEPCIÓN, fue el tema tratado en la 5ª sesión. La mirada de los ojos externos, pero también la que procede de nuestro interior, esto que llamamos percepción es lo que nos conecta con la realidad. Vemos lo que vemos y percibimos lo que percibimos. La percepción es un proceso muy complejo. Nuestra mirada no es una mirada inocente sino que está dirigida por nuestras expectativas o por nuestros deseos. No es un asunto simple lo que miramos y vemos, sino un asunto complicado, los ojos interiores y exteriores vagabundean por las cosas experimentándolas.
Nuestros ojos (interiores y exteriores) no son una cámara fotográfica que se limita a recoger imágenes que se ofrecen frente a ella sino que, con una rapidez inimaginable, extrae información sobre la realidad de una manera que no tiene nada de neutral, cada uno ve lo que ve. Por eso, cuando discutimos sobre un mismo asunto resulta que cada uno parte de una visión diferente, porque no hemos visto lo mismo unos y otros.
El deseo, la fuerza que dirige mi vida, dirige también mi mirada. Tal como vemos las cosas revela lo que somos, porque se corresponde completamente con lo que habita en nuestro interior. Vemos la realidad según lo que llevamos dentro. Es tan poderosa la mirada que hay que ocuparse de ella. Hay que educarla, hay que curarla, hay que limpiarla… Las grandes religiones orientales suelen trabajar esto, unas más que otras, pero lo incluyen en sus itinerarios.
En la espiritualidad zen se habla de la diferencia entre la mirada-flecha y la mirada-copa. La mirada-flecha es inquisitiva, discriminadora, analítica, afilada como una punta de flecha, que excluye todo lo que no le conduce a su objetivo. Se trata pues de una mirada o actitud sumamente útil para ciertas dimensiones de la vida. Pero aunque es útil, es incompleta. Ha de ir acompañada de otra mirada que no surge de la necesidad de descubrir donde está nuestro interés para conseguir nuestros fines. Esta mirada debe surgir de la gratuidad, mirada acogedora, contemplativa, que se ofrecer a contener.
Para el zen es indispensable que cada persona ponga sobre la realidad una mirada receptiva, abierta como una copa, que no taladra el mundo sino que lo acoge tal como es.
Siguiendo en el zen, para ell@s hay dos obstáculos que se interponen en esta mirada-copa: desde nuestro interior, el mundo de los deseos; desde fuera, la saturación de imágenes de nuestra cultura mediática. Para el zen, los deseos por los que estamos habitados son impulsos que nos condicionan porque vemos sólo lo que deseamos ver, aquello que queremos encontrar. A veces nuestros deseos van en buena dirección, pero otras veces bloquean el camino espiritual.
Educar la mirada, significa educar los deseos. Tal vez ahora, más que en cualquier otro momento de la historia es necesario esto, porque son tantos los estímulos que invaden, sin pedir permiso, nuestra intimidad, intoxicándonos y endureciendo nuestra sensibilidad. La mirada-flecha ha de ir cediendo terreno a la mirada-copa para que poco a poco nuestros deseos vayan a los aspectos más profundos de la existencia.
Nuestro cerebro no es una estructura rígida, sino que es extremadamente plástica, lo que nos permite siempre cambiar, aunque seamos “viejecitos” siempre es posible instalar un programa nuevo que corrija las deficiencias del anterior. Siempre podemos conseguir tener más empatía, más compasión, más ternura con lo pequeño de la vida. Siempre podemos querer comprometernos en procurar más justicia, siempre podemos querer más bien, más benevolencia. Esta palabra, benevolencia, significa querer bien, mirar con benevolencia puede significar mirar sin dureza, mirar desde la compasión, desde la simpatía, desde la comprensión; descubrir las inmensas posibilidades de bien que hay en toda persona, poner luz donde todo son tinieblas.
Hay que estar muy atentos al modo en cómo percibimos, miramos el mundo, porque hay un modo de mirar que nos entumece y nos oxida, encerrándonos en nuestros raquíticos intereses, mientras que hay otro modo que nos abre y despliega a la tierra de todos y que nos va revelando este mundo como presencia y transparencia de Dios, el Dios de todos.
No sólo hay que aprender a mirar la realidad con limpieza, llenándola de luz, hay que aprender también a dejar que los otros nos miren. Muchas personas hacen como los gusanos de seda (se encierran en capas y más capas de seda hasta formar un capullo en el que se encierran para ocultarse). Nosotros nos escondemos de la mirada de los otros detrás de máscaras y disfraces. Y eso se hace a veces porque tenemos muchos miedos. Miedo a que se descubran nuestras zonas oscuras, o a que se descubran nuestras mentiras, o sencillamente estamos tan inseguros, tenemos la autoestima tan baja que queremos parecer otros y por eso nos ocultamos. Hay que dejar que los otros nos miren, nos descubran, sin miedo, dejando ver lo que un@ es.
La mirada de uno sobre los otros es lo que nos hace hermanos en la existencia. Es verdad que puede distanciarnos irremediablemente si esta mirada es retadora, desconfiada o despreciativa, altiva, maliciosa,… pero también es verdad que es un riesgo que vale la pena correr porque es lo que nos puede llevar a que se cree un ámbito vital de confianza y de bienestar de máxima calidad. Y hacernos entrar a todos en el ámbito de una relación más portadora de vida profunda. Es preciso mirar y dejarse mirar sin prejuicios. Es preciso detenerse, escuchar y ver la realidad honda del otro.
VIVIR EN AGRADECIMIENTO, fue el tema central de la 6ª sesión. En la Biblia al agradecimiento se le concede una importancia extrema. Es una actitud que no nace de la pura razón sino del amor mismo, como como cuidado, amor como bondad.
Tener la vivencia del agradecimiento es tanto como encontrar la armonía interior. Es un ejercicio muy saludable llegar a interpretar la existencia en clave de agradecimiento. Si se nos pidiera que escribiéramos el libro de nuestra vida tendríamos que empezar por el agradecimiento.
Hemos recibido mucho bien a lo largo de nuestra vida. Bondades recibidas de Dios y también de tantas personas que forman el entramado de nuestra existencia. Bienes llegados a través de los acontecimientos de la vida, tan variados, buenos y no tan buenos.
Podríamos empezar a escribir el libro de la vida diciendo: Esta vida ha sido posible, es lo que es, gracias a Dios, Creador, Padre y Madre Nuestro ¡Gracias por haberlo conocido! Podríamos no haberlo conocido. Podríamos no saber nada de Él o podríamos negarlo… Él seguirá siendo. Si lo conozco y lo acepto, Él es y seguirá siendo para mí lo más íntimo y más entrañable de mi experiencia humana.
Gracias por las personas que hemos encontrado en el camino de la vida con las que hemos aprendido la asignatura del amor. Por esa comunión profunda expresada en el anhelo de ayudarnos a crecer unos a los otros. Porque en esta experiencia de amor/amistad sentimos cuidada nuestra vida.
Gracias por la vida que incansablemente Dios hace brotar de nosotros. Vidas que son por sí mismas misterio de caridad. Gracias porque al dar vida aprendemos a verla desde la mirada misericordiosa y la atención cuidadora de Dios.
Desde el ámbito de la fe ¡cuánta vida hemos recibido! Personas que en la comunidad cristiana han sido para nosotros, noticia directa del Evangelio, con los que nos sentimos vinculados por lazos profundos, tanto o más fuertes que los de la sangre y los de la carne, a los cuales Dios nos ha llamado. Gracias porque ahí descubrimos que la única vocación es la de vivir amando. Gracias porque entre ellos vivimos con emoción el regalo de la fraternidad. Agradecimiento profundo por las personas que han sido guías en nuestro itinerario espiritual.
La experiencia profunda del agradecimiento es como un estallido de felicidad existencial. En esta vida las cosas más humildes, las más cotidianas, son camino de plenitud si se sabe descubrir la claridad que ellas proyectan.
A medida que, desde nuestro interior, nos vamos sintiendo pacificados, reconciliados con las cosas que nos han pasado, con las que nos pasan, con el mal que hemos hecho y con el que hemos recibido, se producirá en lo más profundo de las estancias del alma, el gozo y la alegría por la vida. Si vivimos así, agradecidos, desde el agradecimiento, no por eso perdemos de vista los problemas del mundo que, básicamente siguen siendo los de siempre, pese a todas las proezas de las ciencias y de la técnica. Pero el mundo aún siendo lo que es, desde el agradecimiento se ve mucho más amable en toda su tremenda belleza. Todo esto nos obliga a ser pan compartido.
Junto con los acontecimientos de la vida que nos van cincelando, vamos siendo lo que hemos de ser gracias a tantas y tantas personas que encontramos mientras hacemos el camino. De todo esto surge un impresionante y gozoso descubrimiento: en la vida todo es luz y lleva a Dios. No podemos sino vivir con el mayor agradecimiento y confianza. Dios Señor Nuestro, acabará lo que ha comenzado a hacer en nosotros. Él terminará su obra.
El tercer bloque o eje temático se inició con el tema DIOS ES COMUNICACIÓN. Sabemos por la Biblia que Dios es el inefable, el innombrable, el inabarcable, es el Totalmente Otro. El misterio incomprensible de Dios es siempre mayor que nuestro pensamiento. No podemos definir a Dios. Pero sabemos también, apropiándonos de las bellísimas palabras de San Agustín, que Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos.
Hablar de Dios es tanto como seguir hablando de nosotros mismos, porque Dios es el fundamento último de nuestras vidas, es la plenitud de sentido de nuestra existencia, es la respuesta radical a las preguntas más seria y verdaderas que nos podamos hacer.
No es fácil ser creyente, pero tampoco es fácil ser ateo o ser agnóstico, no es fácil ninguna de estas posturas porque, en un momento u otro de la vida surgen los por qués, las preguntas fundamentales sobre la verdad de todo. Cuando uno cree en Dios, todo cambia, la persona, la vida, la percepción de la realidad. Dios despliega la vida hacia delante, hacia lo más profundo que podemos hallar en ella. Todo queda inundado de luz, todo alcanza su plenitud.
Sentimos a Dios con más certeza de la que podemos expresar y Él existe con más certeza de la que podemos sentir. Siento, sé, que Dios es Alguien que siempre busca encontrarse con nosotros, con todos y cada uno de nosotros personalmente, en un Tú a tú. Nosotros, los que creemos en el Dios de Jesucristo, sabemos, creemos, seguramente vivimos la experiencia, sentimos que el Dios cristiano, nuestro Dios, es Alguien que desde nuestro propio interior, desde la realidad que son los otros y desde la vida, es Alguien que se comunica con nosotros, es Alguien del que sentimos que está, que nos habla sin voz, que se da a conocer y que nos ayuda a saber por dónde ha de ir nuestra vida y nuestro mundo. Dios es todo comunicación. Esta es su identidad más cierta.
La nuestra es una existencia habitada por el Amor y acompañada por una Presencia. Dios nos espera donde menos lo pensamos y eso es así aunque no sepamos gran cosa de Él, aunque no contemos para nada con Él para realizar nuestra existencia. Cuando se toca fondo descubrimos que ese fondo de la existencia es el lugar privilegiado en el que, aún en medio del caos, es posible llegar a ver una gran luz. Es allí donde por fin podemos encontrarnos con Dios.
Conversaba con un hombre que durante muchos años había sido el delincuente más buscado de la región. Luego estuvo diez años encerrado en prisión sin pisar la calle. Cuando nos conocimos él estaba en la etapa final de la enfermedad de la que murió al cabo de dos años. Hablábamos de Dios, con el que él se había encontrado en una noche terrible en prisión, y me decía que desde aquellos momentos únicos en su vida para él todo se había vuelto nuevo y lleno de posibilidades. Con emoción incontenible, mi amigo recordaba el privilegiado momento en que se había visto envuelto por las misteriosa Presencia de Dios. Desde aquel momento, decía, su corazón y todo su ser se había puesto en marcha apasionadamente hacia Alguien que todavía la resultaba desconocido. Me decía, lleno de alegría, que desde la experiencia de este tocar fondo y del encuentro con Dios, empezó a aprender nuevas formas de orientar su vida hacia un nuevo sentido. Y más que ninguna otra cosa destacaba como dato fundamental que empezó, con gran esfuerzo, el proceso nunca acabado de reconciliación consigo mismo y con su historia personal. Empezó entonces para él aquel emocionante abrazo con la realidad de lo que había sido toda su vida anterior, sin la cual no podemos avanzar hacia la libertad y la plenitud.
Decíamos, cada uno con sus propias palabras y desde su experiencia de vida, que habíamos descubierto a partir del encuentro con Dios, cómo en esta vida nada puede hacernos daño. Sí que reconocíamos la verdad de que los males de esta vida pueden ser muy crueles y dramáticos, pero constatábamos que desde la experiencia de Dios, el mal pierde su poder destructor y que la realidad, toda, al quedar inundada de Dios, se llenaba de luz. Hablábamos de que el mal que hemos hecho y el mal que nos han hecho perdía su poder destructor. Decíamos que cuando algunas veces llegamos a la conclusión de que vivir sin hacernos daño parecía tarea imposible, desde Dios todo quedaba salvado.
El lugar donde se puede encontrar a Dios es en la vida real de cada persona. Y desde Dios, decíamos, es posible encontrar belleza donde otros sólo ven fealdad, libertad donde sólo parece haber dependencia.
Tenemos que hablar de Dios, dar testimonio de Dios que no está ni arriba ni abajo, sino que está con nosotros y dentro de nuestra historia humana. De este Dios que no es ni masculino ni femenino, porque Él es mayor que todo, está más allá de todo: de este Dios que es Padre y Madre nuestro.
QUE APORTA DE NUEVO SER CRISTIANO, fue el tema de la 8ª sesión. El neurocientífico Dean Hamner parece que ha identificado lo que él llama El gen de Dios, por el que dice que nuestra capacidad de comprensión del mundo queda en gran medida enriquecida por nuestra inteligencia espiritual. La inteligencia espiritual abarcaría la capacidad de trascendencia del ser humano, el sentido de lo sagrado o los comportamientos virtuosos que son exclusivamente humanos, como el perdón, la gratuidad, la humildad o la compasión.
Esta capacidad humana explica porque somos sensibles a las realidades que nos conectan con Dios y con la trascendencia. Y no sólo eso, sino que desarrollando este tipo de inteligencia podemos relacionarnos más profundamente con lo que nos rodea, podríamos ampliar nuestras vidas, desarrollar nuestra sensibilidad… Las realidades intangibles hacen que nuestra vida alcance un nivel de humanización que no tendríamos sin ellas.
¿Qué nos da a conocer nuestra fe cristiana? Que estamos acompañados desde dentro, que no estamos solos en el universo. Todos buscamos la felicidad, y la fe le da un sentido más hondo, la fe nos posibilita encontrar una felicidad más honda, diferente, no basada en la autorrealización, más duradera, más gozosa.
La fe cristiana nos regala algo muy importante. Nos da una noticia maravillosa: Vivimos en un tiempo habitado por Dios. El nuestro es un tiempo de esperanza. Nos regala el saber que ese Dios que no cabe en ninguna religión y que es más grande que toda la Iglesia, está con nosotros, los hombres y las mujeres, para “buscar y salvar” lo que nosotros estropeamos y echamos a perder.
Nos regala a Dios que nos llama a crecer en responsabilidad y que pone en pie nuestra dignidad. Que nos libera de quedar prisioneros de nuestros miedos.
Descubro que Dios es el Anti-Mal (…y líbranos del Maligno), que nos sostiene siempre en lucha inacabable contra los males menores que hay en la vida.
La fe cristiana nos da a conocer que la experiencia del Amor insondable que es Dios nos lleva siempre al amor incondicional, al servicio desinteresado y a la responsabilidad por los otros.
La fe cristiana me da a conocer que el amor de Dios nos ayuda a romper la tendencia a considerarnos el centro de todo, para desplazar ese centro al lugar verdadero.
La fe me hace descubrir que en el amor al hermano vivimos la experiencia del amor de Dios.
La fe cristiana nos regala algo inmensamente consolador y portador de felicidad, nos dice que Dios es esa presencia amorosa, oculta en lo profundo de nuestra existencia, que nos invita calladamente a cuidarnos unos a otros.
El sufrimiento de la vida, ese gran tabú, adquiere otra dimensión desde la fe y nos libra de experimentarlo como una maldición de la que es imposible librarse.
También mi fe me hace entender que lo prioritario no es transmitir doctrina, ni predicar moral, ni sostener una práctica religiosa, sino hacer la experiencia de Dios. Me hace entender que acoger a Dios en mi vida me hace mucho bien y salva la existencia entera de todas las personas.
Los cristianos tenemos hoy una asignatura pendiente, que es la de comunicar adecuadamente cual es nuestra fe en este mundo nuestro. En el pequeño libro de los evangelios podemos descubrir que comunicar la experiencia cristiana es comunicar una experiencia de bondad. Primero la bondad y el bien que son portadores de vida en abundancia, y después los actos religiosos como celebración de esta vida.
La única seña de identidad inequívoca de los que decimos ser cristianos, es el amor fraterno, esa capacidad de amar y hacer crecer la vida y esa sensibilidad de talante para acompañar y cuidar lo débil de la vida, incondicionalmente. Y junto a esto, unas palabras del evangelio que para algunos son incomprensibles, pero que están en la esencia del mandamiento del amor: “Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y os calumnian…” Amar al enemigo significa no devolverle el mal que nos hace. San Pablo dice en una de sus carta que “hay que vencer el mal con el bien”, sin buscar ni desear hacerle daño. Somos más humano cuando hacemos el bien que cuando nos vengamos alegrándonos de la desgracia del otro. Y somos más de Dios cuando hacemos como él hace que “hace salir el sol sobre buenos y malos y deja caer la lluvia sobre justos e injustos”.
También aprendo que me hace más feliz no pensar ni hablar demasiado de esas miserias humanas que ensucian tanto las relaciones de unos con otros, que desatan violencias increíbles. Aunque la razón esté de nuestra parte, he aprendido que nuestras razones pueden llegar a ser tan injustas y violentas como las del enemig@, y aún peor, pueden llegar a ser la negación de ese “Padre nuestro” que tiene que ser la realidad básica de este mundo.
El amor al enemigo es la expresión máxima de libertad porque nos lleva a hacer como Dios hace. Es un proceso de libertad porque no me dejo conducir al terreno al que el otro me quiere llevar. La libertad no es únicamente una meta que hay que alcanzar, sino un camino que hay que seguir. Es preciso situarse en una dimensión de profundidad donde lo único que importa es que se trata de una realidad que hay que salvar “por lo alto”, llevándola a la esfera de lo más sublime. La misericordia es un principio fundamental cristiano. La fe cristiana me enseña que no hay que consentir con las energías destructoras de la vida, sino canalizarlas hacia un proyecto de bondad.
No hace falta creer en Dios para realizarse como persona, pero hay aspectos de ese realizarse que para que sean en plenitud necesitamos a Dios irrenunciablemente. San Agustín dijo en una oración: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón no puede descansar hasta que te encuentre”.
En la novena y última sesión se habló de LA ULTIMIDAD, concepto acuñado por Alfredo Rubio de Castarlenas.
Es un concepto poco utilizado en la reflexión teológica y pastoral. Y es un concepto para nada apreciado como postura a adoptar en la sociedad de hoy. En la sociedad civil, radicalmente competitiva, el ser último está clarisímamente considerado como un antivalor y, aún más, como algo tan incomprensible que no merece la menor consideración.
Este esquema competitivo lo vivimos todos, tanto creyentes como no creyentes. La Iglesia que se define a sí misma como servidora, tampoco parece escapar a eso. Todos querríamos ser los primeros. Se nos ha educado así y toda nuestra cultura está basada sobre este pilar. Nada más lejos de los planteamientos evangélicos, donde el centro de gravedad se desplaza al servicio. Jesús da una consigna clara: Si alguno quiere seguirle de cerca, deberá ser el último y servidor de todos. (Mc. 9,35)
Las personas podemos tener una voluntad de poseernos a nosotros mismos y no queremos que otro esté por encima. Mucho menos queremos estar por debajo de todos ¿cómo entender lo de la ultimidad? El corazón humano continuamente ha de combatir contra los deseos de estar por encima de los demás y de las cosas. Tenemos una voluntad de posesión fuerte desde la infancia.
Cuando todos nos prestamos a ser últimos y servidores de los otros, habrá desaparecido de la tierra el menosprecio, la arrogancia, la prepotencia, la irritación que son signos de que aún se quiere estar por encima y no al lado de los demás.
La ultimidad no ahorra las tensiones que comporta la convivencia, sino que en medio de ellas, la voluntad de ser últimos nos mantiene en paz. La paz y la reconciliación son compañeros inseparables de la ultimidad. Querer ser últimos no se consigue a base de voluntarismo, sino de una opción de seguimiento de Jesucristo.
La auténtica sabiduría de vivir, pasa por los caminos de la sencillez, del no querer estar por encima de nadie, de negarse a la rivalidad. La ultimidad requiere sentido común, equilibrio psicológico, buena salud mental para no hacer tonteras, pues la ultimidad no tiene nada que ver con una baja estima patológica. La voluntad de ser último ha de surgir de una buena salud espiritual y psíquica. La ultimidad no dificulta, tampoco, el correcto desarrollo de la personalidad. La ultimidad no es falta de fuerza, no es debilidad de carácter, es mantenerse sencillo de corazón y de mente, para lo cual hace falta mucha energía espiritual.
La ultimidad, más que un propósito, es una manera de ser que libera y hace entrar en el camino de las Bienaventuranzas. “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y servidor de todos”. Último y servidor de todos, así de simple. En el evangelio de Juan está la escena del lavado de pies. Con este gesto, altamente simbólico, Jesús enseña sin palabras la actitud que han de tener entre ellos. Entre los seguidores de Jesús sólo cabe unas relaciones de servicio sin cálculo, sin medida, sin moverse por compensaciones, con el afecto más sincero.
Que ninguno se guíe por sus propios intereses sino que mire primero con amor benevolente cuáles son los intereses de los otros, que mire cuál es el bien común antes que el propio interés. Todo esto es una seria llamada a revisar nuestras motivaciones de fondo y hacerlo con lucidez y sin engañarnos. La historia humana cambiaria notablemente si al menos, los cristianos llegásemos a proceder de forma parecida.
¿Hasta dónde hemos de entregarnos? Hay que saber que en la medida en que seamos capaces de dar la vida, es la misma medida que llegará a tener nuestra relación de unión con Dios. Amor incondicional, poniendo en el centro como eje de nuestra vida a Jesucristo y a la otra persona. Y esto ¿desde dónde? Desde el lugar en que Dios ha plantado esa plantita. Desde la profesión o el carisma que se posea. Desde el estado de vida,… y aunque a esto se llegue a través de muchos intentos, desde muchos lugares distintos, en nuestro caminar hasta encontrar el lugar.
Como colofón a estos días de retiro, los músicos Jorge Rojas (guitarra) y Fernando Harms (flauta traversa) los cuales participaron del retiro, ofrecieron un concierto al pueblo de Chiu-Chiu en su iglesia, dedicada a San Francisco de Asís, declarada Monumento Nacional y considerada como la más antigua de Chile.