Las experiencias personales, la propia subjetividad, no representan criterio suficiente para autentificar el encuentro con el Dios siempre mayor. Kaufmann advierte contra las espiritualidades baratas o “a la carta”. Ella no propone una espiritualidad refugio sino una espiritualidad que se atreve a salir en busca de la Verdad, sea cual fuere el costo personal que ésta nos exija:
“Esta verdad es la radical pobreza, que acepta la ambigüedad del ser y al mismo tiempo confía y se goza con el amor y la misericordia que nos hace ser. Me parece actualísimo hoy en que se busca de nuevo y a veces con cierta ansiedad egoísta, la interioridad, la experiencia gratificante de la meditación, la contemplación, la luz interior que nos confiere paz, serenidad y felicidad, tal vez precisamente para huir de la propia verdad banal o miserable.” (p. 445)
“Leyendo a San Mateo, me llama la atención la intensa movilidad que caracteriza la actividad de Jesús en su ‘vida pública’: entra, sale, sube, marcha, se va, regresa, atraviesa, llega, recorre, viene, camina… Sin embargo, en ningún momento, en ninguno de los evangelios vemos a Jesús desbordado de trabajo, “estresado” para emplear una palabra que no me gusta. Nunca da la impresión de que alguna fuerza oculta le estira la vida, una fuerza a la cual él se doblegara sin poderse resistir. Bien al contrario, su centro, el misterio insondable de su comunión con el Padre es la fuente inquebrantable de una fuerza para amar que sobrepasa todo lo que somos capaces de comprender y de experimentar desde nuestra condición, y es la razón de la libertad absoluta de amar”. (p. 448)
Cristina Kaufmann, carmelita descalza (1939-2006)
Fragmentos extraídos de Revista de Espiritualidad, nº 272-273