Días atrás participé en una jornada de “Yo consumo silencio”, en Santiago (Chile). El lugar donde se desarrolló queda inserto en el corazón mismo de la ciudad y aunque se sentía el sordo sonido propio de una gran metrópolis, éste no interfería para nada en la apacibilidad del lugar. Era como un pequeño-gran oasis con amplios jardines, zonas verdes, árboles y diversas especies vegetales que circundaban las construcciones que alberga este recinto.
Elisabet, quien impulsa y convoca estas jornadas un sábado al mes, nos propuso que en el tiempo de soledad y silencio personal que teníamos por delante, pudiéramos libremente ahondar en lo que significa “Cuida tu jardín”, qué es lo que suscitaba en nosotros, los que ahí estábamos, esta propuesta.
Me adentré en el espacio verde, en los jardines. Sentí que para reconocer cómo estaba mi jardín interior, primero tenía que recorrerlo y contemplarlo. Y para ello, me descalcé. Caminé por el césped, era una mullida alfombra de hierba. ¡Qué sensación tan maravillosa notar su humedad -aún había rocío de la mañana-, percibir su suavidad y frescura y, en algunos sectores en donde daba el sol, sentir su cálida caricia! El contraste fue grande cuando con mis pies descalzos transité por un sendero de cemento, percibiendo su frialdad y dureza.
Este caminar descalza fue como un sencillo ejercicio para poder entrar también descalza en mi espacio interior. Descalzarme de soberbia, de autojustificaciones, seguridades, ego… entrar en mi misma lo más despojada posible. Y ahí, ESTAR, quedarme, dejar de hacer para dejarme hacer. Recuerdo que Alfredo Rubio, sacerdote y formador, decía que a las personas nos pasa como a los barcos. A estos, a través de millas y millas de navegación, se les van adhiriendo en el casco elementos, como algas, crustáceos… que de algún modo dificultan su navegación. Por ello, cada cierto tiempo, hay que poner a las naves en el llamado dique seco de los puertos para poder ser limpiadas de todo lo que se les ha incrustado. Lo mismo, las personas. Necesitamos subir también a nuestro “dique seco” particular de soledad y silencio personal, para que los ángeles nos limpien de aquellas actitudes o posturas ante la vida que dificultan nuestra andadura existencial.
Cuidar mi jardín requiere preparar la tierra, sembrar, abonar, regar, podar… El jardín en el que estaba en esos momentos estaba muy cuidado. Se notaba que había personas que le dedicaban tiempo y sabían hacer bien su trabajo. Nosotros también tenemos que poner nuestro tiempo a disposición del gran jardinero que es Dios, para que él pueda realizar su trabajo en nosotros.
En los jardines hay árboles y en ocasiones sus raíces o sus ramas se tocan, entran en contacto, se entrelazan, se nutren del mismo suelo. Eso me llevó a pensar en los vínculos, en la importancia de establecer vínculos sólidos, profundos, verdaderos. En un mundo tan convulsionado es vital sentir que no estamos solos, que somos comunidad y que entre todos nos apoyamos, nos nutrimos y sostenemos.
Cuido mi jardín, abonando confianza. El temor, los miedos, están muy instalados en nuestra vida. La desconfianza hacia todos y todo ha generado cerrar fronteras y levantar muros, también en nuestro ser. No podemos ser ingenuos, pero tampoco podemos quedarnos paralizados, encerrados, resguardados dentro de nuestra zona de confort pensando que ahí estamos a salvo de todo. Con ello, lo único que conseguimos es crear abismos que nos aíslan y nos hacen aún más vulnerables. Sembremos confianza y generemos las condiciones para que esta confianza encuentre buena tierra donde germinar y crecer.
En el hemisferio austral estamos iniciando el otoño. Muchas hojas han caído ya de los árboles formando en el suelo un sustrato vegetal, el humus, que aporta nutrientes a la tierra. Lo que cae porque cumplió un ciclo es, a su vez, generador de nueva vida. También en mi ser se cumplen ciclos, se cierran etapas y se abren inéditas posibilidades, hay desprendimiento y, al mismo tiempo se originan las condiciones para que siga brotando nueva vida. Cuidar mi jardín es estar atenta, receptiva y abierta a lo que la realidad me va mostrando y enseñando.
Lourdes Flavià Forcada
Murtra Santa María del Silencio