La Fiesta del 16 de julio de este año fue, en la Murtra Santa María del Silencio de Chiu-Chiu, no sólo la ocasión de celebrar la fiesta litúrgica de Nuestra Señora del Carmen, sino también, en el contexto de alegría y fiesta tan propio del lugar, ocasión de compartir un curso-retiro sobre Santa Teresa de Jesús, monja carmelita, conocida como reformadora de la Orden del Carmen y fundadora del Carmelo Teresiano, cuyo V Centenario de nacimiento se está celebrando este año a nivel mundial.
Tal como decía la convocatoria que recibimos de la Murtra, esta celebración “nos invitó a un encuentro profundo con la santa” y con su manera tan particular de concebir la relación con Dios y con los demás.
Comenzamos intentando respondernos cuál es el aporte de Teresa de Jesús quinientos años después de su nacimiento, y en qué contribuye su propia vivencia a nuestra búsqueda personal de la verdad y la belleza de lo trascendente, sea desde la experiencia de la fe vivida conscientemente o desde el profundo deseo de bien y de verdad que alumbra lo más genuino de nuestro ser humanos. En este espíritu, constatamos que Teresa de Jesús, a quinientos años de su nacimiento, nos posibilitó “lanzarnos a descubrir que entre las cenizas de este mundo aún caldean las brasas de otro mundo posible, más justo y más humano” (invitación al retiro).
En el privilegiado escenario de la Murtra, entre momentos de soledad y silencio personal, fuimos ofreciendo contenido teresiano para posibilitar luego, por medio de la reflexión, conocer o recordar (re-cordar, como volver a pasar por el corazón) distintos aspectos que consideramos clave en la espiritualidad de Teresa de Jesús compartidos, por quienes conformamos el grupo asistente, en caminatas contemplativas y en un diálogo grupal enriquecido por la experiencia personal y la amistad.
Así, teniendo en cuenta su contexto histórico y sociocultural, intentamos adentrarnos en la forma de pensar de Teresa de Jesús, tan influenciada por la sociedad abulense del siglo XVI, aunque nunca empobrecida, sino muy por el contrario, en constante desarrollo desde su ser mujer, siempre dispuesta a experimentar con osadía la constante novedad del enriquecimiento que le aportó la vivencia de “lo interior”, y que le permitió vivir anclada en el deseo vehemente del conocimiento de Dios y del servicio a la iglesia. Luego, reflexionamos acerca de la libertad y la humildad que, junto con el amor, son elementos esenciales a la hora de adentrarnos en su espiritualidad, pues nos invitan al conocimiento propio como auténtico e imprescindible fundamento del diálogo amoroso con Dios y con los demás. De igual forma, nos detuvimos a considerar la oración teresiana, concebida como “tratar” con Cristo como amigo “que sabemos nos ama” (V. 8,5) y, por último, El Cristo de las Fundaciones, nos permitió profundizar en su aventura de fundadora y en la corporalidad de Cristo, recurso oracional tan aludido por Teresa en sus escritos: “Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano” (V. 22,9).
Ahondar en la personalidad y en la propuesta espiritual de Teresa de Jesús nos permitió conocer su vivencia personal y experimentarla como una invitación a animarnos a entrar en “ese castillo todo de un diamante o del más claro cristal” (1M, 1), “que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (1M, 5), vivencia nunca impuesta y siempre compartida, encarnada en esos días de soledad, silencio, contemplación, amistad y fiesta.
Soledad Mateluna Paéz