Miguel Ángel decía que sus esculturas no nacían de un proceso de invención, sino de liberación. Miraba las piedras toscas, completamente en bruto, y lograba ver las excepcionales imágenes en las que se podían convertir. Por eso, al describir su oficio, Miguel Ángel explicaba: “Lo que yo hago es liberar”.
Estoy convencido de que las grandes obras de creación (ya sean artísticas o simplemente humanas) nacen de un proceso similar, para el que no encuentro mejor expresión que esta: ejercicio de esperanza. La Vida que se escribe con mayúsculas, la que es digna de ese nombre, no es otra cosa que una operación esperanzadora y de alto riesgo en la mayoría de los casos. Sin esperanza, solo notamos la piedra, el carácter tosco, el obstáculo tedioso e irresoluble. Es la esperanza la que entreabre, la que nos hace ver más allá de las duras condiciones, la riqueza de las posibilidades que aún se esconden. La esperanza es capaz de dialogar con el futuro y de acercarlo. Nuestra existencia, de principio a fin, es una profesión de fe en la esperanza. (J. Tolentino Mendonça en “La mística del instante”)