Etty Hillesum, joven holandesa de origen judío que vivió en sus carnes el holocausto nazi, y murió ejecutada en Auschwitz un 30 de noviembre de 1943, cuando tan sólo tenía 29 años. Fue una entre los varios millones de judíos exterminados. Pero sobresale de modo extraordinario por la profunda vivencia interior que dejó por escrito en sus diarios y cartas. Una experiencia que podemos definir como “mística”, universal (no adscrita a ninguna religión), vivida en muy poco tiempo (apenas dos años), marcada por una asombrosa transparencia y honestidad consigo misma:
«(…) Las amenazas y el terror crecen día a día. Me refugio en la oración como un muro oscuro que ofrece seguridad, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. Este retirarme en la celda cerrada de la oración, se vuelve para mí una realidad siempre más grande, y también un hecho siempre más objetivo. La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme.» (Diario, 18 de mayo de 1942)
“Dios, cógeme de tu mano, te acompaño obedientemente, sin resistirme. No rehuiré nada de lo que me llegue en la vida, lo asimilaré con todas mis fuerzas. Pero dame de vez en cuando un breve instante de tranquilidad. Tampoco pensaré, en toda mi inocencia, que la paz, en caso de que me llegue, vaya a ser eterna. También aceptaré la intranquilidad y la lucha que volverán a continuación. Me gusta estar protegida por el calor y la seguridad, pero tampoco me rebelaré si entro en el frío, siempre y cuando sea de tu mano. Iré a todas partes de tu mano y quiero procurar no tener miedo .Intentaré irradiar algo del amor, del verdadero amor humano que hay en mí, en cualquier parte que esté”. (25 de octubre de 1941)