Una bióloga de la Universidad de Duke, Imke Kirste, acabó por descubrir que, a pesar de que todos los sonidos tienen efectos neurológicos a corto plazo, ninguno tiene un impacto duradero. A excepción del silencio. Dos horas de silencio por día impulsan el desarrollo de células en el hipocampo, la región del cerebro relacionada con la formación de la memoria y la participación de los sentidos. Lo cual es profundamente desconcertante: la ausencia total de entrada de estímulos tiene el efecto más pronunciado.
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