El 1 de noviembre, Fiesta de Todos los Santos, y el 2 de noviembre, día de los Difuntos, según la tradición de la cultura atacameña y de otros pueblos del mundo andino, las ánimas pueden bajar a visitar a sus familiares. Con esta creencia se hacen las “mesas para difuntos”.
La tradición de la mesa de difuntos viene por la creencia de que las almas están en los cerros y allí habitan los Apus, espíritus superiores. Estos espíritus pueden bendecir o maldecir. Si te has portado mal con esa persona te pueden penar y si te has portado bien, te pueden bendecir.
El cristianismo tiene la concepción de la comunión de los santos. Los misioneros no arrasan con la creencia popular sino que intentan incorporarla. En el día de Todos los Santos, Dios da permiso para que las animas de los tatas bajen y nos podamos unir espiritualmente a ellos, tal como lo hacían cuando estaban presentes. Lo hacíamos con una mesa y lo seguimos haciendo con una mesa, en la que están los platos preferidos de los difuntos, vino, cerveza, cigarros (si fumaba), dulces, velas encendidas, fotos de los deudos, agua bendita… Panes de distintos sabores y formas… Panes con forma de escalera que es por donde bajan las ánimas. Si el difunto ha fallecido dentro del año, se le denomina “alma nueva”.
Los invitados entran a congraciarse con la familia y al entrar, lo primero es saludar al difunto a través de la mesa y con el agua bendita y después se saluda a los familiares. Todo eso reafirma la esperanza de reencontrarnos otra vez en la gran mesa del cielo, donde algún día esperamos gozar de esta santidad.
Estas mesas se realizan especialmente durante los tres primeros años de muerte del familiar. Durante el primer año se vela la ropa del difunto y al cabo del año se quema o se entierra con una oración.