Creo que es absolutamente urgente revisitar con otro aprecio los territorios de nuestros silencios y hacer de ellos lugares de intercambio, de diálogos, de encuentros. El silencio es un instrumento de construcción, una lente, una palanca. Nuestras sociedades invierten tanto en la construcción de habilidades en el campo de la palabra (y pensemos que la escolarización está al servicio de la capacitación de los individuos de cara a un uso eficaz de la palabra) y tan poco en las capacidades que operan con el silencio. Somos analfabetos del silencio y ese es uno de los motivos que nos impide encontrar la paz. El silencio es un vínculo de unión más frecuente de lo que imaginamos y más fecundo de lo que creemos. El silencio lo tiene todo para convertirse en saber compartido sobre lo esencial. Para eso es necesaria una iniciación al silencio, que equivale a una iniciación en el arte de escuchar.
En una cultura de aluvión como la nuestra, la escucha verdadera solo puede configurarse como una resignificación del silencio, un retroceso crítico ante el frenesí de palabras y mensajes que a cada minuto pretenden aprisionarnos. El arte de escuchar es, por eso, un ejercicio necesario de resistencia.
De José Tolentino Mendonça en “El pequeño camino de las grandes preguntas”