Cuando se nos invita a un retiro contemplativo sabemos de qué puede tratarse, tanto si hemos estado en unocomo si no lo hemos experimentado antes, y cuando nos invitan a ser turistas, mucho más, pero esta vez la invitación desde la Murtra era novedosa: hacer turismo espiritual.
Quienes tuvimos la oportunidad de acudir a esta invitación (del 12 al 15 de mayo) pudimos convertirnos en viajeros contemplativos y adentrarnos, con espíritu abierto y receptivo –como decía la convocatoria- hacia la inexplorada realidad de estar, admirar y contemplar, sobre todo contemplar… en soledad, silencio y también en compañía de otros que, como todos, van buscando medios para encontrar la calma del cuerpo y del corazón.
Esta experiencia, a diferencia del turismo tradicional, fue de abandono o, más bien, de entrega en manos de la belleza de un desierto de Atacama que, mirado desde la Murtra Santa María del Silencio, se ofrece a quien lo contempla como un mundo por recorrer y hacerlo desde nuestra propia experiencia de existir, valorando en su justa medida los propios límites ante una naturaleza que parece no tenerlos; explorando la aridez del paisaje frente a la fecundidad que descubre quien se asoma a su propia interioridad, llena de matices, es el escenario perfecto para la contemplación a que se nos invitaba.
Entonces pudimos constatar una vez más que la soledad y el silencio, más que un fin en sí, son el medio necesario para alcanzar esa quietud interior y experimentar, sin necesidad de entenderlo todo, lo que nos trasciende.
Al contemplar, sin otra pretensión que percibir el entorno y la belleza de cada escenario, el cuerpo y la mente responden por sí mismos, sin esfuerzo, y parece que el orden de las cosas, que pensamos “lógico”, se invierte y vuelve los pensamientos, las emociones, las sensaciones a su estado primigenio, a su paz natural. Es desde allí de donde nacen nuevas respuestas, que ¡sorpresa! están dentro del corazón humano.
Así como la naturaleza, el aire libre, la belleza de cada lugar que visitamos con este espíritu contemplativo nos hace admirar la creación, así la vida se encarga de ponernos en situación. Si a ello respondemos intentando vivir desde la contemplación para disfrutar la vida y lo que nos entrega día a día, logramos sosegar el corazón, apaciguar la existencia y abrazarla desde dentro para posibilitar procesos de interioridad, que es donde encontramos respuesta a nuestras inquietudes y anhelos más profundos.
Soledad Mateluna